Otra vez a las andadas regionales

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

10 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de medio milenio largo de unidad nacional, resulta que no sabemos qué es España. Mejor dicho: seguimos sin saber cómo se estructura política y legalmente esta nación. Así se explican muchas cosas. Se explica que hayamos tenido una historia que, como se demostrará mañana en la Diada, ha sido manipulada por el pensamiento dominante. Y que hayamos tenido una I República que desembocó en la aberración de los cantones. Y el florecimiento de los nacionalismos tras los desastres de 1898. Y la consideración del separatismo como uno de los demonios interiores. Y la represión de las culturas regionales en las dictaduras. Y lo que está pasando en Cataluña desde que alguien se cansó de la normalidad autonómica. La paz territorial, cuando se alcanza, no dura más de treinta años; más o menos, una generación.

Ahora estamos en un período de ruptura de esa paz. El Estado de las autonomías disfruta de amplio consenso social, pero nos enfrentamos al mayor desafío a la unidad desde que el general Batet aplastó el ridículo estado catalán con disparos de artillería al palacio de la Generalitat. La idea de «buscar un encaje a Cataluña» en ese Estado se ha quedado increíblemente obsoleta. La dialéctica es de blanco o negro, sin matices: o independencia o seguir igual. Al mismo tiempo que nos acercamos a las inquietantes urnas del día 27, vuelve el viejo asunto de cómo estructurar el Estado español.

Es decir, que volvemos a estar como al principio de la transición. Se vuelve a hablar de naciones dentro del Estado. Los socialistas siguen con su bandera del federalismo. El nacionalismo vasco está más tranquilo, pero su ala más radical prepara la conquista de Navarra, como paso necesario para construir el mito de Euskal Herria. Felipe González declara que está de acuerdo con reconocer la identidad nacional de Cataluña y enciende la estéril discusión de si puede haber identidad nacional si no existe la nación. Parece una tormenta de cerebros a ver quién propone la idea más original.

Y así nos colocan de nuevo en la eterna duda histórica, con dos agravantes. Uno, que los partidos no comprometidos con el pacto constitucional del 78 tienen influencia en varias comunidades, poder directo en municipios y se creen con derecho a alumbrar una España distinta. Otro, que las reformas de ese calado, si hay que hacerlas, solo se pueden acometer desde el diálogo. Hay muchas invitaciones a entenderse, de empresarios y asociaciones cívicas, pero esas apelaciones suenan a música celestial. El mejor ejemplo, Cataluña: con Artur Mas a un lado y Rajoy al otro, y con la independencia como único tema de conversación, no hay nada que negociar. ¡Como para meternos en una reforma de la Constitución!