Desde hace algún tiempo no sabíamos casi nada de José María Ruiz-Mateos. Como mucho, conocíamos sus citas judiciales, la caída de su segundo imperio y algunos episodios de salud. Ayer su fallecimiento nos dio su última noticia. Dadas sus convicciones y prácticas religiosas, Dios Nuestro Señor lo habrá acogido en su seno. La justicia de este mundo no podrá ser tan indulgente, porque su trayectoria se pareció más a la de un aventurero empresarial que a la de un auténtico emprendedor.
Tuvo inicialmente el mérito de haber creado el mayor holding empresarial que en los años setenta del siglo pasado existía en España. Se hizo con la propiedad de cientos de empresas de todo tipo, desde bancos a grandes almacenes. Llegó a tener cerca de 50.000 empleados. Pero con un problema: un montaje de deudas al sector público, Hacienda y la Seguridad Social, que solo se podía sostener desde una actitud benevolente de los Gobiernos. Eso creó en él la sólida convicción de que era imprescindible porque la caída de Rumasa sería una tragedia para el país.
El idilio con el poder se mantuvo hasta que los socialistas le expropiaron el imperio en una acción que nunca estuvo claro si era de justicia o de venganza. Era de justicia por el entramado picaresco de su montaje. Tuvo algo de venganza porque Alfonso Guerra dijo en un mitin con asombrosa sinceridad: «Hubo un empresario que desafió al Gobierno? Usted no desafía a nadie, hombre. Todo lo que usted tiene, pal pueblo». Pal pueblo fueron también, como siempre, las pérdidas de la operación. Y para el Tribunal Constitucional, su primera gran quiebra: Manuel García Pelayo, su presidente, se fue de España y nunca regresó, dicen que abochornado por aquella sentencia. Y lo peor, Nueva Rumasa, otro prodigio que llegó a tener un centenar de empresas. La oferta de un 8 por 100 de interés por sus pagarés sugería una estafa. Y cayó estrepitosamente, con el apellido Ruiz-Mateos otra vez ante los tribunales y una sentencia que les obliga a pagar 92 millones de euros a los compradores de esos títulos.
Ese es el perfil de Ruiz-Mateos, el hombre del «te pego, leche» al entonces ministro Miguel Boyer. Respetado, incluso idolatrado, mientras era el gran empresario. Maestro de la comunicación y la agitación. Muestra de lo aberrante de algunos favores políticos y víctima de los desamores ideológicos. Reducido a caricatura cuando montaba sus shows para reclamar atención sobre su persona. Pasado a la categoría de especulador cuando trató de reconstruir su imperio. Ejemplo de que en economía no todo vale, cualesquiera que sean los resultados. Y con un comportamiento último que hacía chocar su ética empresarial y su ética religiosa. No ganó ninguna de las dos.