Podemos ya es un partido más. Se ha convertido en casta. Por mucho que le cueste reconocerlo a Pablo Iglesias, los follones han emergido entre correligionarios, y el movimiento crítico con la cúpula pide a esta que dimita «por dignidad y falta de transparencia».
A estos antaño guardianes de la ética y estética en la vida política les han salido detractores; y lo que es más grave es que este parto se ha producido dentro de las filas de esta formación que en sus orígenes llegó a ilusionar a buena parte de la ciudadanía con su mensaje respecto a que la opacidad, los dedazos y demás irregularidades eran cosa exclusiva de los rancios partidos de siempre.
Los escándalos de Monedero y de Errejón nos abrieron definitivamente los ojos a los más escépticos con este grupo de avispados politólogos que hacían de la revolución pendiente su bandera, pero visto lo visto, ya son legión aquellos que han dejado de creerse las milongas de sus líderes. Tanto es así que las encuestas les pronostican una debacle.
El tiempo pone a cada uno en su sitio, pues la utopía, cuando no las medias verdades, se mantiene lo justo en la mente de los electores. En breve se empezará a hablar de corrupción en las filas de Podemos, ya que esta es endémica en lo que ellos denominaron casta. Le duela a quien le duela.