Nacer y sobrevivir en África

José Ramón Amor Pan
José Ramón Amor Pan LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

22 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Estaba yo tan ricamente tomándome una manzanilla con limón, pues últimamente mi estómago no está para muchas historias, cuando en la mesa de al lado alguien afirmó con rotundidad: «¡Pero qué madres son esas que se embarcan a punto de dar a luz o con niños pequeños en pateras o barcos miserables para venir a Europa; qué falta de responsabilidad, qué locura!». Y la perorata sigue y sigue por esos derroteros; y yo, con mi dispepsia a cuestas, apuro la manzanilla, pago en la barra del bar y me voy rápidamente hasta el paseo de Riazor, a ver si con la brisa marina y chupando un antiácido consigo atemperar el malestar creciente que, por momentos, invade todo mi ser.

Nacer, sobrevivir y vivir como un niño es difícil en África (a ella me refiero porque de africanas hablaba la señora en cuestión). Por cada niño menor de cinco años que muere en España, allí mueren cuarenta. Los partos en lugares carentes de la más elemental higiene y sin asistencia sanitaria, la falta de preparación de la madre, la desnutrición, el agua contaminada o la falta de ella, el sida (cerca del 90 % de los niños con sida viven en el África subsahariana), la malaria, el sarampión, el ébola, la carencia de centros médicos, la guerra y la explotación infantil, entre otras lindezas, hacen de sus pequeñas vidas un auténtico infierno. A esto hay que añadir unos sistemas educativos muy precarios, la corrupción política (¡ríase usted de lo que tenemos por aquí!) y los intereses geoestratégicos de las grandes potencias mundiales (China está comprando miles de hectáreas de las mejores tierras de cultivo, con la mirada puesta en su población, no en la africana, claro está).

Comprendo que no es fácil desarrollar empatía con unas circunstancias tan lejanas y que, por el contrario, la ignorancia y el natural desagrado ante la diferencia conducen fácilmente a la arrogancia. Que, además, la actual presión inmigratoria es a todas luces desestabilizadora para nuestras propias sociedades y pone en peligro el Estado de bienestar, precisamente en unos momentos de debilidad por la larga y dura crisis económica. Pero comprender no es sinónimo de aceptar. Les decía la semana pasada que urge cultivar la compasión y la misericordia. Me reafirmo en ello.

Lo contrario, amén de inmoral, resulta estúpido: los pobres del mundo van a seguir llamando, cada vez con mayor intensidad, a las puertas de nuestra casa. Porque resulta del todo lógico -amor de madre- que quien tiene poco o nada que perder, juegue su última baza a un todo o nada para darle un futuro mejor a sus hijos.

Los niños africanos no pueden esperar. En la cooperación al desarrollo está la única solución: abramos nuestros bolsillos a las organizaciones no gubernamentales que trabajan en África (la gallega Egueire, por ejemplo). Se puede hacer mucho en poco tiempo, si existe voluntad de hacerlo.