Orines por lluvia

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

24 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El novelista galo Maupassant escribió que el Mont Saint Michel es la «morada gótica más maravillosa jamás consagrada a Dios en la Tierra». Se ve que este hermoso enclave es un prodigio de la historia. Una joya de granito erigida sobre una bahía en la que el mar aparece y desaparece como un caballo al galope en el llamado teatro de las mareas. Este lugar, Patrimonio de la Humanidad, tuvo esta semana los accesos bloqueados, para frustración de los miles de turistas que día a día peregrinan hasta este enclave único. El fuego de la ira de los ganaderos por las pérdidas se ha extendido por Francia como el fuego sobre un escape de combustible. Los iracundos campesinos galos, que ya sabemos cómo se las gastaban con los camiones de productos hortícolas españoles, han movilizado sus malolientes cisternas de purín y sus apestosos carros de estiércol para producirle náuseas al mismísimo Hollande, que se ha apresurado a aprobar una ayuda de 600 millones para socorrer y calmar a sus encolerizados paisanos, a ver si guardan sus hediondas armas en los alpendres y dejan de regar las prefecturas con jugos pestilentes.

Aquí Rajoy puede estar tranquilo. Sus pituitarias están a salvo de malos olores. Los ganaderos gallegos, acostumbrados a soportar toda la historia orines por lluvia, llevan perdidos este año 36 millones, pero, como mucho, peregrinan a la Quintana. Tal vez más confiados en el santo que en las Administraciones. Van sacrificando sus reses a precio de saldo mientras su leche apenas compite en precio en las grandes superficies con el agua mineral. Hasta que un día, condenados en su silencio eterno, acaben desapareciendo para siempre, devorados por los tojos y las zarzas.