La política o la consagración de lo frívolo

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

20 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Kierkegaard se definía a sí mismo como un melancólico. Eran otros tiempos. Entonces la melancolía otorgaba un aura de talento y dignidad intelectual. En sus diarios, tan apasionantes como su filosofía, habla a menudo de lo que él consideraba «la madre de todos los pecados» y que, a su pesar, asumía como propia sustancia. Hoy la melancolía, en todas sus acepciones, es conducida al cadalso o al diván del psicoanálisis. Ha triunfado lo frívolo y sin ese carácter, superficial y vano, cualquiera está condenado al fracaso en los entresijos de la actualidad. Pablo Iglesias es el frívolo por antonomasia: porque en su delirio redentor, sencillamente, se cree en posesión de toda verdad. Albert Rivera asume la frivolidad como una virtud y ha sabido explotarla, deshilacharla. Rajoy es frívolo sin querer serlo y Sánchez, líder socialista, ha hecho profundo a Zapatero. En Galicia, que es patria meditabunda (el gallego en medio de la escalera), lo frívolo se ha convertido en categoría. El PSdeG desdibuja toda esperanza en el futuro y uno, que lee a los politólogos de La Voz con afán, ha llegado a comprender que ni ellos saben hacia dónde camina el socialismo gallego. Queda Feijoo. Y él tampoco escapa a la epidemia. El presidente debiera implementar el valor de lo simbólico, las señales identitarias, el humus cultural que nos diferencia y distingue. Necesitamos revolvernos, como Kierkegaard, en la melancolía.