Una historia de la leche y sus lecciones

OPINIÓN

18 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando España negociaba su ingreso en la CEE (1984), se nos advirtió de que nuestro sector lácteo era ineficiente, y que sin una reestructuración total no resistiría ni el primer asalto de la competencia europea. También se nos dijo que, aunque Galicia era la comunidad que producía más leche, era también la más ineficiente, ya que su estructura era puro minifundio, sus técnicas muy atrasadas, y nuestra industria láctea estaba muy por debajo del nivel que ya tenían Asturias y Cantabria.

Para solucionar este problema nos ofrecieron la «cuota láctea», que, mediante un sistema de contingentación de la producción, fijada a partir de las declaraciones de los productores, garantizaba la recogida de toda la leche, durante treinta años, con precios mínimos garantizados. De esta manera se daba continuidad a las explotaciones existentes y, puesto que las cuotas de los ganaderos serían transmisibles mediante compraventa, se le encomendó al mercado el proceso de concentración y modernización de explotaciones y el incremento de su competitividad.

¿Y qué hicimos los gallegos? Por boca de la UPG y la CIG, contrarios a la UE, lo primero que hicimos fue mentir. Decir que nuestro sector era tan bueno y les daba tanta envidia que lo querían hundir. Imputarle a Francia -porque aún no estaba Merkel- el expolio de nuestra riqueza. Decir que la cuota solo serviría para poner nuevos impuestos. Y declarar con datos falsos nuestra producción. Y aunque la Xunta hizo todo lo que pudo por contrarrestar aquella «indignación», el pueblo se fue con los populistas, y la cota leiteira se convirtió en símbolo de asoballamento del Norte de Europa contra el Sur. Espero que les suene.

El resultado fue que cuando nos asignaron las cuotas, la de Galicia ya era insuficiente, y que el mercado que debía permitir el despegue de las explotaciones punteras quedó apalancado. La ventaja comparativa que hasta entonces teníamos por el clima y la orografía, quedó superada por la carencia de cuota, y empezó a ser más fácil montar nuevas granjas en Sevilla o Madrid que en Galicia. Y gran parte del cierre o acumulación de explotaciones se hicieron liquidando a saldo las granjas pequeñas que eran inviables, o vendiendo nuestra cuota, ya insuficiente, a otras comunidades. Y así pasaron los 30 años prometidos. Se levantó el sistema de cuotas, y el sector lácteo gallego, primera pata de nuestra economía irredenta, sigue sin ser competitivo.

¿Y en qué se nota todo eso? Pues en que muchos de los que se manifestaron ayer añorando la cuota y encomendando su futuro a nuevos populismos y milagros, ya se habían manifestado hace treinta años contra la cuota. Es la maldición de Sísifo que pesa sobre Galicia, donde lo único que ha cambiado es que la culpa de antes la tenía Francia y la de ahora la tiene Merkel. Lo demás? ¡cuspidiño!