Tsipras acorrala, patria en boca, al pueblo griego

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

01 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es verdad: ni Tsipras, ni Syriza, tienen culpa del desastre económico de Grecia. Lejos de ello, fue el atroz egoísmo de una clase política putrefacta en combinación clientelar con unos ciudadanos encantados de recibir servicios sin pagar impuestos, jubilarse antes que los de la práctica totalidad de los países europeos y solucionar sus problemas sobornando a las autoridades, los que han puesto en situación de jaque a un país reducido a cenizas por un pavorosa corrupción y desgobierno, que ha convertido al griego en lo más parecido a un Estado fallido que existe hoy en la Europa democrática.

Pero tan verdad como eso es que Tsipras ha culminado, de la más infame forma imaginable, la cadena de despropósitos que permitieron a Syriza ganar las elecciones con un programa demagógico que sabía que jamás podría cumplir. Ahí es donde está el origen inmediato de la situación que hoy vive Grecia, abocada a votar en un referendo demencial, que pone de relieve que la frivolidad de sus gobernantes, también de los de ahora, no conoce límites.

De hecho, la suma del peor populismo y el peor nacionalismo -idénticos a los que llevaron a Argentina a la ruina y al corralito, ya instalado en Grecia- son los que explican que bajo el patrioterismo grandilocuente con que Tsipras trata de defender su giro hacia el abismo no haya más que un intento patético y desvergonzado de salvar su propio culo y el del partido que lo ha llevado hasta el poder.

Y así, en un gesto de irresponsabilidad apenas sin precedentes en un gobernante de la UE (el de Mas convocando un referendo de autodeterminación sería el más cercano) el mismo Tsipras que estaba a punto de cerrar un acuerdo a finales de la semana pasada decide convocar, en la mejor tradición autoritaria, una consulta que es en realidad un plebiscito sobre su persona en respuesta a la intifada que se levantaba contra él en su partido.

Tsipras, convertido en un personaje de opereta, se saca así de encima la responsabilidad que asumió con el cargo que hoy ocupa y decide poner a su país ante un dilema imposible, pues nadie puede votar sin saber cuáles serán las consecuencias, ni aun remotas, que de su voto van a derivarse. Convocar un referendo en esas condiciones es más que una insensatez: es una traición a su pueblo y a los pueblos de la Unión que han mantenido con sus impuestos, durante años, la enloquecida fuga hacia adelante de los griegos.

Pensando solo en él y su partido, y no en los terribles sufrimientos que esperan a sus compatriotas si Grecia sale del euro y de la UE, Tsipras juega de farol, como un tahúr, y está dispuesto a todo con tal de no aceptar que prometió humo y quimeras y de asumir la dura obligación que se deriva de ese engaño: decir a los griegos la verdad y marcharse si, después de hacerlo, no puede ya seguir al frente del Gobierno.