Crímenes imperfectos

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

17 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La pequeña isla escocesa de Canna se desayunó un crimen. En los últimos cincuenta años no había sucedido nada igual. Grandes titulares en The Guardian y The Telegraph. Los veintitrés vecinos son gente curtida, pero en otras batallas de sal, viento y mar. Se muestran desolados. «Todos estamos hechos polvo, por los suelos». «Cuando se vive en una pequeña isla como esta tienes que confiar en tu prójimo, en todos los que te rodean». El delito incluso respeta el tópico de la nocturnidad y la alevosía. Fue un robo en la tienda de la isla. El botín, dulces, galletitas, y seis gorros de lana tejidos a mano. Artículos por valor de 200 libras. En la isla afrontan un duro dilema. ¿Deben seguir dejando abierto el establecimiento todas las noches? La prensa británica asegura que nunca estuvo cerrado con llave, porque así los marineros podían acceder al servicio de Internet e incluso preparar su propia taza de té o café caliente en invierno si se lo pedía el cuerpo. Los visitantes anotaban lo que se llevaban y dejaban el dinero en una caja. Con confianza. Así de sencillo. Pero ahora todo ha cambiado. Solo los que ya vivían en Canna en los sesenta recuerdan un trastorno similar. Desapareció de una iglesia una pieza tallada en madera.

Todos los crímenes son imperfectos y su dimensión se mide por comparación. Depende del lugar y de la época en la que se perpetran, de la rutina que rodea al delito. Se puede magnificar algo que en casi todos los lugares del mundo parecería anecdótico. Pero cabe también la posibilidad de digerir una infamia con total normalidad. La vara de medir es cambiante. Aunque algunos olvidan que, también en la política, cuando la piel se hace más fina y sensible, se irrita con los nuevos y con los viejos pecados.