Hablando de enfermedades

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

14 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada edad tiene su música, su letra y sus afanes. También es cierto que pasas de unos a otros sin quererlo y sin darte cuenta.

Es borroso el momento en que dejas de apasionarte por algo que había sido el leitmotiv de tu vida durante años; el día que dejaron de interesarte el Scalextric, las muñecas, el balón o los cromos. La primera vez que tuviste la sensación de que te aburría lo que hasta entonces había sido tu objetivo. ¿Dónde desaparecieron, sin saber cuándo ni por qué, amigos que te acompañaron durante años?

Y en estos devenires, una de las cosas que más llama la atención -una vez llegado al quinto capítulo de la historia- es la querencia que tiene la gente a partir de esa edad a hablar de enfermedades, propias y ajenas.

Si quitásemos el fútbol, el tiempo y las enfermedades, las relaciones sociales de la gente talluda serían actos mudos.

Quiero pensar que esta querencia viejuna a hablar de padecimientos obedece a que llegada una edad uno ya las ha sufrido, pero no deja de ser llamativo que la enfermedad sea un tema tan omnipresente .

Porque llega un momento en que el «¿qué tal estás?» es un aldabonazo que puede abrir las compuertas a una locuacidad hipocondríaca imparable. Los huesos, la tripa, la cabeza, la tensión, el colesterol, los nervios y demás podrigorios, son contenidos preferentes en cualquier reunión social de cinco o más quilates.

Cuanto mayor es el índice de bienestar social y la esperanza de vida, más gente se declara enferma, más miedo se tiene a enfermar y más nos gusta hablar del tema. Resulta paradójico, pero es lo que hay.

No es nada fácil contener la verborrea enfermiza de tantos interlocutores adictos a hablar de sus achaques, pero hay algunas estrategias eficaces.

Tengo un amigo que utiliza una que no da mal resultado y suele neutralizar toda esa facundia nosológica . Cuando le preguntan: «¿cómo estás?», siempre contesta: «bien, cada vez peor»; lo que deja bloqueado al interlocutor, que no sabe si está de coña o si te está dejando claro que por ahí no vayas. Habitualmente funciona y suele frenar el aluvión.

Otra táctica consiste en zafarse del amenazador «¿cómo estás?» con un: «estoy para echarme al arroz» o «estoy muy buena». Suele servir si el interlocutor se da por aludido y entiende que contigo el tema no da más de sí.

En caso contrario y si nada de esto funciona, no hay más salida que pasar rápidamente al fútbol o al tiempo.

Eso jamás falla.