La caída de Orozco es una burla a sus votantes

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

12 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

V sto solo desde cerca, es decir, desde la perspectiva de la política local, lo que hasta ayer estaba en juego en Lugo era quién gobernaría su ayuntamiento: si el candidato socialista, con el apoyo de Lugo Novo y el BNG; o el del PP que, al haber sido la fuerza más votada, se haría con la alcaldía en el caso de que los partidos de la izquierda no llegasen a pactar.

Así las cosas, la dificultad para que Lugo Novo y el BNG apoyasen al candidato socialista y actual alcalde en funciones residía en el hecho de que Clemente López Orozco está imputado, lo que para las dos fuerzas mencionadas constituía un atranco tan radicalmente insalvable como para plantear con toda claridad que si Orozco no renunciaba, no habría pacto. Tal criterio es perfectamente respetable, pero también perfectamente discutible. De ese modo, si Lugo Novo y el BNG entendían que la renuncia de Orozco suponía para ellos una condición sine qua non, lo que tendrían que haber hecho es no apoyarlo, facilitando que fuese alcalde quien, aunque por un solo concejal, ha ganado los comicios.

Lo que no resulta de ningún modo razonable es que Lugo Novo y el BNG pretendiesen no entrar en contradicción con sus principios en materia de imputaciones a base de exigir que renunciase a ser alcalde el candidato votado para ocupar ese puesto por miles de lucenses, muchísimos más que los de cada una de las citadas formaciones por separado y también que los de las dos conjuntamente.

Y no era razonable porque tal exigencia no puede ser abordada solo desde la perspectiva de la política local, sino desde el punto de vista general de los principios democráticos. Uno de ellos consiste en que los partidos no pueden violar con sus pactos la voluntad expresada por los electores en las urnas. Y la de los casi catorce mil votantes socialistas de Lugo que, pese a su imputación judicial, apoyaron a Orozco el día 24 del pasado mes de mayo era que si el PSdeG se hacía con el poder, el alcalde debía seguir siendo quien lo es hoy. Por eso Orozco hacía muy bien en no renunciar y su partido en apoyarlo: porque tanto una cosa como la otra eran las únicas plenamente coherentes con el debido respeto a la voluntad del pueblo expresada en elecciones.

Un cambalache de última hora se ha llevado, sin embargo, a Orozco por delante: el mismo Orozco que juró y perjuró que no se iría, militante del mismo PSdeG que juró y perjuró que lo apoyaría hasta el final. No ha sido así, y Orozco se va, al fin, haciéndose el único responsable de lo que no ha podido ser más que el fruto de una presión irresistible. Tal cambalache constituye una burla intolerable a la voluntad de los votantes lucenses del Partido Socialista y a un principio esencial del sistema democrático.