Cinco mil personas en 48 horas son las cifras de la oleada de inmigrantes llegados a las costas italianas este fin de semana. Si a lo largo de un año, arribasen a las costas del norte del Mediterráneo una media de 2.500 personas al día, al cabo de un año habríamos recibido a casi un millón.
El problema migratorio no solo trata de la acogida a estas personas, ni de la provisión de alojamiento, comida y ropa. Además, hay que darles atención sanitaria, ya que muchos de ellos están enfermos, desnutridos o en malas condiciones físicas; también es preciso prestarles atención psicológica, todos han sufrido un calvario en el largo viaje desde sus países; hay que legalizar su situación desde el punto de vista administrativo y buscarles un trabajo o una plaza educativa según su edad.
Con Grecia al borde la quiebra, España, Italia y Portugal con graves problemas de paro y el resto de la UE inmersa en los esfuerzos de recuperación económica, son muchas las voces que se alzan alarmadas por lo que esta llegada masiva de inmigrantes supone. ¿Si apenas cubrimos nuestras necesidades, cómo vamos a atender a esta gente?
Está fuera de cuestión el apoyo humanitario que debemos de prestar a los inmigrantes, pero ello no atajará el problema, ni siquiera lo hará perseguir a las mafias que los engañan y extorsionan. La solución pasa por acabar con la guerra de Mali, la miseria de Nigeria, la hambruna de Etiopía y la guerra civil de Siria. Si no ayudamos a estos países, no podremos frenar la inmigración ilegal porque la necesidad y la desesperación superan al miedo. Así de simple.