Visto lo que ocurrió con Cameron... ¡Sabe Dios!

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luis Barreiro Rivas A TORRE VIXÍA

OPINIÓN

11 may 2015 . Actualizado a las 09:22 h.

Del segundo barómetro de Sondaxe, publicado ayer, se deducen tres cosas que ya parecen definitivas. Que el PP va a ganar las elecciones con mucha diferencia sobre el segundo, que, a pesar de todo, será el PSOE. Que el bipartidismo, aunque atraviesa un pésimo momento, resiste, ya que la inmensa mayoría de la población va a estar gobernada por alcaldes populares o socialistas. Y que la subversión del sistema va a quedar para otra ocasión, porque los reformadores emergentes o bien se desinflan, o nunca estuvieron tan arriba como le atribuyeron los analistas improvisados y la información impactante. Claro que, al lado de esas tres certezas que abonan la idea de que el cambio no será para tanto, hay una enorme incógnita referida a la gobernabilidad y a la estabilidad de los ayuntamientos y las comunidades autónomas, ya que el cúmulo de errores y resentimientos que acumularon PP y PSOE, y el desnorte que le produce a los emergentes la necesidad de tomar decisiones, pueden hacer que el fenómeno de Andalucía se repita por doquier, a pesar de que con los números en la mano podría resolverse todo e menos de minuto y medio. Es decir que, si PP y PSOE no establecen criterios razonables de colaboración, esto puede acabar como el rosario de la aurora. Al lado de estas evidencias, salpicadas por anécdotas como que Fernández Lores roza su mayoría absoluta pero no la tiene asegurada, que la situación del PP en Ferrol y la del PSOE en Vigo se consolidan, que ciudadanos puede tener importancia en A Coruña y Lugo, y que Santiago va a tenernos en vilo hasta el último minuto, parece claro que las encuestas de este año no pueden leerse sin tener en cuenta lo que sucedió en el Reino Unido, donde la enorme labilidad de la opinión pública indignada fue interpretada como una comparable volatilidad del voto. Mucha gente creyó que cualquier enfado detectado por las encuestas equivale a un correlativo cambio de voto, como si los ciudadanos fuesen tan ligeros como para abandonar sus valores y situaciones estables con la misma espontaneidad y facilidad con la que se cabrean. Y eso, en la democracia más vieja y madura del mundo, no funcionó así. Las ideas de que una persona que está enfadada con el PP ya puede votar a Podemos, o de que la desafección irresponsable azuzada contra la clase política se fija solo en el PP y el PSOE y deja intactos a los demás, eran equivocadas. Y por eso no debemos descartar que, sobre todo en las elecciones generales, se produzca un movimiento de realismo similar al que aupó a los conservadores británicos, y que la enorme revolución que algunos auguran solo se lleve por delante a todos los se pusieron a hacer surf sobre sus grandes olas. Así que mi resumen imita -con obvios matices- al de Andreotti: aquí, como en el Reino Unido, puede pasar todo y lo contrario de todo.