Los males de la patria y los vicios económicos

Fernando González Laxe
Fernando González Laxe FIRMA INVITADA

OPINIÓN

20 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Afinales del siglo XIX, Lucas Mallada escribía su famoso libro Los males de la patria, en donde presentaba una particular visión de la situación política y económica de España. Apuntaba una amplia diversidad de críticas al funcionamiento de las instituciones y se centraba en lo que denominaba los males o problemas intrínsecos. A modo de síntesis, enunciaba los siguientes. En primer lugar, la pobreza de nuestro suelo y la mala gestión que del mismo hacían e instrumentalizaban los políticos. En segundo lugar, reflejaba los defectos del carácter nacional, en donde describía a los españoles como fantasiosos y con escaso nivel cultural. En tercer término, hacía mención del atraso de la industria y del comercio, que impedía nuestra incorporación al grupo de países que avanzaban cultural y económicamente en el mundo. Finalmente, enfatizaba en el campo de la inmoralidad pública.

Sobre este último tema, insistía en las «malas acciones llevadas a cabo en el sector privado y sobre el dominio público». Reseñaba la indolencia general ante dos asuntos: la impunidad, con la que se estaban acometiendo los distintos atropellos en el campo de la gestión diaria; y, sobre los valores de la sociedad, sin que se hiciera algo reseñable para corregir tales disfunciones.

Referente a la inmoralidad, Lucas Mallada apostillaba que era un concepto vinculado a la desacreditada Administración de la justicia y a las políticas de orden social. Asimismo, no dejaba tampoco de relatar el desbarajuste administrativo de los Gobiernos de la vieja Europa, que solo buscaban acumular funciones y más atribuciones, con una elevada multiplicidad de acciones de muy dudosa utilidad.

Sirvan estos apuntes históricos para encuadrar lo que representan, en la actualidad, los vicios económicos. Estos lastran, sin lugar a dudas, el sistema económico y político español. Hoy en día, se mencionan dos ejemplos muy claros. Los primeros hacen mención a la falta de sintonía entre un pensamiento coherente y las respuestas aplicadas. Ejemplo de ello son las continuas apuestas desproporcionadas a favor tanto de las políticas de estímulo como de los ajustes. El segundo vicio, es la constatación, de forma reiterada, de no efectuar políticas de evaluación y de control en determinados organismos públicos, cuyas gestiones no son precisamente ejemplares. Las actuaciones del Tribunal de Cuentas, la Comisión Nacional de Mercados y Competencias, la Comisión Nacional del Mercado de Valores son ejemplos de ello.

Más graves, si cabe, son otros vicios económicos más desarrollados en nuestro país. Me refiero a las apuestas por las políticas de austeridad en el campo de la remuneración al trabajo o sobre los recortes de las prestaciones sociales, sin que se apliquen medidas de control a las ayudas a la banca privada o sin que se efectúen análisis coste/beneficio a las políticas de inversiones públicas. O, simplemente, la existencia de desajustes en el control del gasto público de las Administraciones autonómicas, locales y del Gobierno central, sin que ello sea objeto de una fuerte llamada de atención a los infractores. O, finalmente, cómo se amplían las transferencias al sector privado, mediante subvenciones directas con el beneplácito de los ciudadanos, cuando no aumenta ni el tamaño empresarial de las empresas, ni el nivel de internacionalización de las mismas.

Al igual que a finales del siglo XIX, a día de hoy solo nos planteamos medidas de regeneración política y democrática. Que no digo que sean imprescindibles, sino que no son suficientes. De una parte, se demandan acciones tendentes a cambiar los mecanismos electorales; tales como abrir las listas que presentan los partidos políticos; o el no sometimiento al control férreo de los partidos políticos sin ser expulsados de los mismos. De otra parte, se apuesta por recuperar la grandeza de los políticos, pero no se pone freno a lo que debiera no estar admitido en la política, esos comportamientos basados en el «y tú más», tan utilizados en los debates.

Ante los vicios económicos del momento, a uno le gustaría reclamar la búsqueda de algún acuerdo en lo referente a la concreción del modelo constitucional; por ejemplo, en lo correspondiente al marco autonómico. Se debería definir, con claridad, una configuración definitiva de las singularidades específicas frente a la configuración homogénea, nada recomendable dadas «nuestras historias». Y, en la misma línea, esto no impediría que las normas económicas busquen coherencia y eficiencia, para que el funcionamiento de un mercado libre y concurrente deba estar garantizado. Significaría, por lo tanto, evitar 17 modelos comerciales diferentes; 17 organizaciones impositivas distintas; o 17 procedimientos administrativos disímiles.

Tanto en aquella época lejana como en la actual, se demandan políticas que aseguren credibilidad y confianza. En suma, actualizar las alternativas de cara a lograr otro período de expansión; con nuevos posicionamientos internacionales, de cooperación y solidaridad; y con acciones de igualdad de oportunidades. De ahí, la necesidad de consensuar e implantar reformas; y que estas puedan gozar del mayor acuerdo posible.