Campañas de ocho días: ¿quién se apunta?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

10 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Ha sido el desprestigio de los partidos, que se manifiesta desde hace años en España en encuestas, conversaciones privadas y medios de comunicación, el que ha obligado a buena parte de sus líderes a manifestar -seriamente preocupados- que afrontarán las campañas electorales que tenemos por delante desde una estricta austeridad?

Aunque los profesionales de la política tienden a tropezar en la misma piedra, no dos sino cien veces, es muy probable que el fantasma de la desafección partidista, que recorre nuestra vida pública, haya tenido, ciertamente, una consecuencia tan elemental como prudente. Creo, sin embargo, que ese resultado ha sido sobre todo consecuencia de la emergencia de fuerzas (Podemos y Ciudadanos, de forma destacada) que amenazan por primera vez en serio el poder de los partidos del sistema, desde el PSOE al PP, pasando por CiU, el BNG, ERC o el PNV.

Pero su resistencia a tomar decisiones coherentes con sus buenas intenciones es berroqueña. Por eso anuncian una voluntad -reducir gastos electorales- que, como en tantas ocasiones, acabará quedándose en agua de borrajas. Y ello pese a que no es ese un tema menor, sino todo lo contrario, al menos por tres razones muy vinculadas entre sí: 1.ª) Que los gastos de campaña constituyen siempre una parte esencial de los que realizan los partidos; 2.ª) Que la necesidad de hacer frente a estos últimos está directamente relacionada con su financiación ilegal y esta, a su vez, con la corrupción; y 3.ª) Que nada, como la corrupción, ha contribuido a desprestigiar a los partidos y a quienes los dirigen.

Siendo así, y nadie conocedor del asunto duda en España que lo es, lo que resulta incomprensible es que los partidos en lugar de andarse por las ramas, para tratar de convencernos de que ahora serán muy cuidadosos en el manejo de la pasta -lo dejarán de hacer en cuanto las encuestas de intención de voto comiencen a apretar- no adopten dos medidas que supondrían un cambio neto de la situación de despilfarro que hoy vivimos: por un lado, reducir la duración de la campaña de 15 días a ocho, como ya se redujo en su momento de 21 a 15 sin que, por eso, todos dejemos de saber lo que quieren los partidos, algo que, en realidad, ya sabemos sin campañas; por el otro, prohibir terminantemente hacer campaña electoral (y no solo pedir el voto, como hasta ahora) antes de que aquella dé comienzo oficialmente.

Con ello, no lo duden, los partidos se ahorrarían muchísimo dinero -parte del cual sale del bolsillo de los contribuyentes- y los españoles todos los disgustos que se derivan del hecho de que aquellos recurran a hacer múltiples trapacerías para financiar campañas, que, en buena lógica, serían menos costosas si durasen la mitad: mitad de tiempo, mitad de pasta, mitad de sustos y disgustos. Buen negocio para todos.