Que Ana Pastor no se quede sola

OPINIÓN

09 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El concepto AVE -tren que circula por encima de los 300 km/h- es de utilidad discutible, aunque yo me posiciono a su favor. Pero la idea de que hay líneas de AVE que son buenas -porque van a Cataluña, o porque vertebran la costa levantina y convierten a Barcelona en la puerta de Andalucía-, y otras que son derroches -porque solo van a Galicia- no es una opinión, sino un insulto, y debería ser suficiente para descalificar a este rutilante Albert Rivera que, por si las butades de CiU no fuesen suficientes, empieza a hablar con la huera arrogancia de todos los que descubren Mediterráneos. Que no haya AVE en España es una propuesta. Pero que haya AVE para unos, y «monstruos de hierro y sierpes jadeantes» para otros, es una desvergüenza.

Por eso me alegra que la ministra Pastor haya salido a defender la idea de que el AVE es un proyecto complejo, que implica la cohesión social del país, dinamiza sectores económicos de capital importancia, transforma la mágica expresión I+D+i en industrias y constructoras de alto nivel internacional, y contribuye a la buena calidad de vida y a la eficiente prestación de servicios a todos los españoles.

Y es importante que lo diga Ana Pastor porque reúne dos condiciones difíciles de compaginar. La de estar encargada de coronar ese AVE del Finisterre que todos quieren convertir en el chivo expiatorio del despilfarro general. Y la de asumir un proyecto heredado que, pudiéndolo despreciar como «cosa de Zapatero» para aliviar la dura gestión de la crisis, fue convertido en una pieza esencial del crédito fiscal histórico que Galicia mantiene con el Estado y que solo este Gobierno puede solucionar. Por eso es necesario que los gallegos argumentemos en términos de modernidad, justicia y cohesión esta obra que marca la frontera entre la unidad funcional de la península y la reedición de un país aislado entre las brumas que suele aparecer cada vez que España da un salto hacia el progreso.

También amola que los partidos emergentes compartan esta dogmática manía de analizar el gasto por sus clasificaciones honoríficas. Como si el tren siempre fuese un despilfarro, y como si en España no se hubiese dilapidado ni un euro en el minifundio de universidades e institutos de investigación que brotaron de la burbuja. Porque, puestos a liberar al país de sus ineficiencias, no creo que el uso de bata blanca sea un argumento suficiente para apartar a Galicia del plan común y seguir montando chiringuitos que, en vez de competir en el mercado de la tecnología, estén atiborrados de funcionarios. La política -igual que tirar penaltis- es fácil desde la grada, pero se pone muy difícil cuando se pisa el césped. Y en la política española empieza a haber muchos cracs criados en la grada que luego fallan en la cancha los tiros a bocajarro. Porque siempre sucedió así.