Mejores vibraciones de Cataluña

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

14 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Más de una vez expresé aquí mi alarma por la evolución del independentismo en Cataluña. En una ocasión llegué a titular esta crónica de esta pesimista manera: «Cataluña se nos va». Los hechos lo justificaban: no había réplica al crecimiento ni a la actividad frenética del soberanismo. La sociedad estaba muy movilizada por la independencia. El independentismo era creciente y absolutamente mayoritario en algunos sectores de la sociedad, especialmente entre los jóvenes. Los españolistas, empezando por los militantes del PP, confesaban su orfandad y desamparo en medio del torbellino, sin un mínimo discurso que los alentara. La ruptura, por irracional que fuese, parecía inevitable.

Después del descriptible éxito del 9-N, las aguas empezaron a volver a su cauce. Comenzaron las discrepancias entre los nacionalistas. La presencia de Felipe VI en actos relevantes en Barcelona actuó de sedante de las tensiones. La aparición de Podemos le arrebató votos de la indignación a Esquerra Republicana. La inacción de Rajoy dio resultados, porque no aportó ninguna solución, pero tampoco crispó los ánimos. Y ayer, la encuesta del llamado CIS catalán comenzó a registrar un asomo de calma por dos importantes motivos: 1) Ya son más los partidarios de seguir en España que los de separarse. Y 2) La suma de CiU y Esquerra no llega a la mayoría absoluta, con lo cual aleja el fantasma de la proclamación unilateral de independencia.

¿Tiene algo que ver con la mejora de la situación económica? No lo descartemos. Los nacionalismos crecen cuando el Estado es débil y la nación está retraída por el derrotismo. En ese caldo de cultivo se alimenta la insolidaridad y se dan alas a las soluciones utópicas. La más fácil para el populismo es culpar al Estado del expolio de los recursos y fomentar la separación de quien está en crisis o provoca la crisis, que en ese caso era España. Hizo falta hacer visible la recuperación para que los así agitados vieran que el mal gestor no era solo el Estado español, sino las instituciones catalanas. De ahí el fuerte castigo en votos del señor Mas, que se sigue encaminando hacia el desastre.

Ahora toca aprovechar la tendencia y no cometer errores. Y el PP está cometiendo uno clamoroso: combate al partido Ciudadanos por ser catalán. La frase del delegado del Gobierno en Andalucía («no quiero que se nos mande desde Cataluña y lo haga alguien que se llama Albert») envía un mensaje de desafecto. Muestra una idea nefasta de España como conjunto. Y da argumentos a los que se quieren separar. Mariano Rajoy, que tanto acertó en su estrategia catalana, debe vigilar estos desmadres verbales. Más vale perder unos votos a manos de Ciudadanos que perder la cohesión nacional.