Aguirre y la batalla de Madrid

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

10 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Esperanza Aguirre es una señora con suerte. La han designado candidata a alcaldesa de Madrid, y no es por su descriptible simpatía marianista, sino porque fue la mejor situada en la encuesta que hizo su partido. Consiguió superar el problema de imagen de su aparcamiento, su persecución por los guardias y su célebre llorada por aquella «forma de tratar a una sexagenaria». Superó las resistencias de un sector del PP, ministros incluidos, que se oponían a su candidatura por ser «de hace veinte años», que lo escuchó un servidor a uno de los gobernantes más influyentes. Y remató su buena estrella con el incidente de la condición de renunciar a la presidencia regional del PP: «No soy un monigote», dijo, y quedó como una dama de tronío, de brazos en jarras y en mi casa mando yo.

Según Rajoy, fue un malentendido y, en vez de dimitir como presidenta del partido al aceptar la candidatura, deberá dimitir cuando sea alcaldesa. Pero, en todo caso, debe dimitir, que esa es la esencia. Pudo ser presidenta de la comunidad y del partido sin que nadie viera nada extraño, pero la alcaldía es incompatible por extrañas razones partidistas. Y además, hubo interés en que lo aceptara de antemano (y se supiese) como una condición, casi como una capitulación, para evitar sorpresas posteriores. No recuerdo ningún caso similar, que suena como si Aguirre fuese portadora de un virus o una infección cuya propagación conviene cortar. Si no es del todo así, bien sabe Dios que lo parece.

Y lo parece porque detrás de todo se esconde una batalla interna por el poder. Aguirre es candidata con todas las condiciones para ser ganadora, y por eso se la quiere. Pero ni un paso más. Rajoy le tiene guardadas unas cuantas. Por ejemplo, su activismo cuando la conspiración para derribarlo. O su boicot a una candidatura de Ruiz-Gallardón. Y de forma permanente, su dominio en Madrid como una república independiente dentro del PP, hasta el punto de designar sucesor a su hombre de confianza, Ignacio González, con el resultado que se acaba de ver: es de los poquísimos presidentes autonómicos derribados del caballo en plena carrera y a pocos metros de la meta.

Esta es, por tanto, una historia de amor y recelos. De amor interesado por la dote de votos que doña Esperanza aporta al matrimonio. De recelos, porque existe una corriente de desconfianza mutua. Situada ella en el ayuntamiento, el PP de Madrid vuelve al control central. Ella siempre será Aguirre, con su gracejo madrileño y sus golpes de autonomía y autoridad. Pero en el ayuntamiento se nota menos. Y si percibe que culmina brillantemente su carrera, Rajoy no tiene nada que temer. Nunca ganará su simpatía, pero tampoco provocará su insumisión.