A estas horas Mariano Rajoy ya debe de estar arrepintiéndose de haber designado a Esperanza Aguirre candidata a la alcaldía de Madrid. La lideresa le ha vuelto a desafiar públicamente. Nunca se ha fiado de ella y sus motivos tiene. Ha sido su gran adversaria política dentro del partido desde que intentó moverle la silla tras la derrota electoral del 2008. Parapetada en la presidencia del todopoderoso PP madrileño tras su falsa retirada, ha criticado algunas políticas del Gobierno con las que no estaba de acuerdo, como la subida de impuestos o la excarcelación de etarras. En los últimos meses rebajó el tono, a la espera de que el líder máximo la ungiera con su dedazo divino, como lo llamó con sorna. El que Rajoy haya recurrido a su archienemiga muestra lo mucho que necesita una victoria en la capital. Perder Madrid sería un precedente pésimo para las generales. Sus encuestas dicen que es la que mejor resultado garantiza en un escenario electoral complejo y volátil como el actual. Rajoy ha tenido que tragarse un sapo por puro pragmatismo, pero se le ha atragantado. La lideresa destapó ayer, con acusaciones muy duras, una operación dirigida por el presidente del Gobierno para echarla de la presidencia del PP de Madrid y amenazó con no ser la candidata si la obligan a renunciar al cargo. Se niega a que le hagan el programa y las listas. Es decir, una guerra abierta en plena campaña de las elecciones andaluzas, en las que las encuestas vaticinan un desplome de los populares. La falta de sintonía de Rajoy y Aguirre ha quedado de nuevo a la vista de todos. Son antitéticos. La incombustible política se le ha vuelto a liar. Y, de momento, parece que se va a salir con la suya. El dedazo se ha convertido en un bumerán para Rajoy.