Emboscada en La Habana

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

28 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Zapatero está mejor es cuando no hace nada. Para ser más exacto: cuando no le vemos hacer nada. Quietecito, no levanta polvaredas y hasta consigue ser considerado el mejor expresidente. Por ejemplo, en el Consejo de Estado trabaja mucho, dicen que trabaja bien, y nadie se siente molesto con él. Porque no se deja ver. En cuanto sale, la giña. Salió a cenar con Pablo Iglesias en el regazo de Bono, y le cayó la mundial por no informar a Pedro Sánchez. Y ahora se fue a Cuba con su Moratinos, nadie sabe muy bien a qué, porque Moratinos no parece el mejor compañero para un viaje de placer por el Caribe, y estuvo a punto de provocar una guerra civil por verse con Raúl Castro. Margallo lo tomó como un lance de honor y menos mal que no tiene artillería ni cazas, que si los tuviera habría mandado bombardear el hotel donde yacen Zapatero y Moratinos. De momento, le llamó desleal, que ya es llamar a un expresidente de Gobierno. Sonó como el «patético» del piropo que Pedro Sánchez recibió de Rajoy. ¡Anda, que si Margallo hubiera sido ministro cuando Fraga corría juergas son Fidel! Le habría pedido al papa su excomunión.

Se discute mucho este episodio, porque Zapatero parece una musa que inspira a los editorialistas. Mi opinión estrictamente personal: cuando un expresidente de Gobierno visita a un jefe de Estado, no solo debe informar al responsable de la política exterior de su país, sino pedirle instrucciones para saber qué tiene que decir. Zapatero informó de su viaje, pero no hizo esa consulta, con lo cual cometió un error de imprevisión. ¿Atenuantes? Uno fundamental: no sabía que se iba a entrevistar con Raúl Castro. Según Carlos Herrera, que anda por allí, fue Raúl quien lo invitó. El pecado de Zapatero ha sido no prever esa invitación. Por mi parte, queda disculpado.

El que practica una diplomacia pérfida y con trampas para elefantes es Raúl Castro. Para la reunión con la pareja española colocó dos banderas de Cuba y España bien grandes, visibles y en medio del escenario, para que salieran en las fotos. Utilizó la prensa local con la autoridad acostumbrada, y el Granma y Juventud rebelde publicaron el encuentro en portada, como primera noticia del día. Informó de que se habían tratado asuntos políticos. Y, para colmo de la provocación, no quiso invitar al embajador español, con el que Zapatero y Moratinos habían cenado la noche anterior. Es decir, Raúl Castro trató de hacer del encuentro una solemne visita oficial, casi de Estado, con la clarísima y perversa intención de mandarle un recado a García Margallo: «Con estos hablo y me reúno, a ti no te recibo». Segundo desplante al Gobierno español en tres meses. Y lo paga ZP. Como siempre que se mueve.