La dislexia política de Francia

OPINIÓN

19 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Hollande derrotó a la derecha francesa, con un programa social y económico anti-Merkel, ya sabía que su oferta electoral era un error y que Francia necesitaba ajustes y reformas como las de Italia y España, con las que coincidía en ser economías difícilmente rescatables, y cuyos desajustes fiscales podían tener efectos catastróficos sobre el euro. Y por eso le juzgué siempre un político desleal con sus votantes, que, no más asentarse en el Elíseo, empezó a hacer ajustes y reformas neoliberales a toda pastilla.

Es cierto que tomó algunas medidas populistas para encandilar a la gente, como aquella subida de impuestos a «los ricos» -con un tipo del 80 %- que hubo de ser inmediatamente rectificada. Pero todo eso acabó cuando nombró primer ministro a Valls, al que solo le hizo el encargo de cumplir los compromisos de Francia con la UE. Y tal fue el empeño que puso Valls en su misión, que acabó pronunciando una de las mejores frases de la política contemporánea: «Si el PSF no puede soportar las reformas y los ajustes, habrá que crear un nuevo partido». Aunque ahora empiezo a pensar que Hollande, lejos de ser un caradura, es un enfermo disléxico, que piensa una cosa y dice otra y que, queriendo ser una alternativa a Merkel, siempre acaba siendo el mejor discípulo de Alemania, después de dejar a sus votantes, y a los que periódicamente se encandilan con él, con el culo al aire.

Vean si no. Tras proponerse como un modelo del republicanismo democrático que, para hacer frente al caso Charlie Hebdo, cansó a los vientos con La Marsellesa, acabó respondiendo al islamismo radical igualito que Bush, mandando su portaviones al Medio Oriente y olvidando que las intervenciones imperialistas de Francia -en Argelia, Libia, Líbano, Siria y África Central- van sembrando el mundo de Estados fallidos y problemas irresolubles. Y, tras haber criticado a placer las formas autoritarias de los liberales europeos, está aprobando su giro social-liberal -estos días- a base de decretos amparados en el artícuo 49,3 de la Constitución francesa que, por no exigir la convalidación de la Asamblea Nacional, convierte a Rajoy en Jefferson y al PSF en un convidado de piedra.

Más aún. Francia fue el único país que le dio esperanzas al populismo de Tsipras, aunque, tan pronto como se reunió el Eurogrupo, el ministro de Economía de Francia dejó a Grecia con el culo al aire -comme il faut!- y se alineó -como Talleyrand en el Congreso de Viena- con las grandes potencias europeas. Por eso se entiende que, tras haber generado la expectativa del regreso de la socialdemocracia a la UE, puede acabar entregando el Gobierno de Francia a la ultraderecha euroescéptica. Pero que nadie lo tenga por un cara. Porque en realidad solo es un presidente disléxico. Una enfermedad para la que ya hay algunos tratamientos.