El hombre que no sabía disimular

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

14 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Supongo que a todos nos sorprendió. El nuevo jefe de Gobierno griego, Alexis Txipras, llegó al Consejo Europeo, y parecía que llegaba el más deseado de los invitados. La señora Merkel, el presidente Hollande, el primer ministro Renzi, le saludaron con expresiones de afecto esplendorosas. La señora Merkel, sobre todo, no parecía la misma de la negativa a disolver la troika, que ahora se llama «las instituciones», ni la misma que ahogó las aspiraciones de los nuevos griegos. Los demás jefes de Estado o de Gobierno abrazaban a Tsipras como si lo quisieran de verdad. Era el arte del disimulo político, el arte de la representación.

Pero hubo un jefe de Gobierno que, según se cuenta, le hizo el feo y ni siquiera lo saludó. Después, en sus declaraciones a la prensa, se mostró con una contundencia poco frecuente en esas asambleas. Dijo que «quien recibe la solidaridad, debe cumplir sus compromisos», como si fuera el director de una oficina de banca ante un cliente que va a renegociar un crédito. Y después envió a su empleado Luis de Guindos a que dijera que Grecia tiene que devolver los 26.000 millones que nos debe. Y al mismo tiempo, el ministro García Margallo, que es el diplomático del equipo, aseguró que con esos 26.000 millones podrían haber subido las pensiones en un porcentaje difícil de creer. Difícil de creer porque, si los tuviéramos, ya se encargaría el Gobierno español de gastarlos, por ejemplo, en la reducción de nuestra propia deuda o en publicidad institucional ante las elecciones.

Ese hombre del feo y la negación de saludo fue don Mariano Rajoy Brey. Y debió de ser tan contundente en la expresión de su desafecto a Alexis Tsipras, que este lo vio «nervioso, especialmente cuando se hablaba de Grecia». Vaya por Dios. Título a partir de ahora para el señor Rajoy, «el único gobernante europeo que no se molesta en disimular ante un señor que a todos les cae como el culo», si me permiten la vulgaridad. Es que Rajoy es así: si alguien le cae mal, se lo demuestra. Y nuestro presidente, además de la deuda que necesita cobrar, tiene demasiado reciente su declaración de amistad y su firme apoyo electoral al derrotado por Tsipras. Se nota que lo ha tomado como un asunto propio, casi personal.

Y se le nota, sobre todo, que Tsipras es amigo de Pablo Iglesias, que Syriza es el partido correspondiente al Podemos español y cuando se trata de competir por el poder, Rajoy aplica el viejo principio de «al enemigo, ni agua». ¿Qué digo? Al enemigo, ni el saludo. Solo tengo una duda: si a un adversario se le trata como a un adversario, se le está haciendo una distinción. Y una distinción a Tsipras puede ser una distinción a Pablo Iglesias. Y, por tanto, un involuntario favor.