Podemos, a la primera de cambio, pura casta

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

13 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Nadie podrá negar a los dirigentes de Podemos la inteligencia política y social de haber encontrado la brecha por la que abrir un boquete formidable en los muros del castillo en que se habían hecho fuertes los partidos tradicionales y, muy especialmente, el PSOE y el PP: la denuncia de la esclerosis de un sistema de políticos profesionales que persiguen sobre todo mantener sus cargos hasta que no quede otra que dejarlos.

Podemos se aprovechó primordialmente, para ello, de los casos de corrupción (que han afectado, más o menos, a todos los partidos) y de su forma de responder (de no responder, en realidad) a las irregularidades denunciadas por los medios de comunicación, la fiscalía o los cuerpos policiales. Para hacer más eficaz la posición de quienes se presentaban como gente inmaculada, Pablo Iglesias y los suyos tuvieron el acierto de dar con el nombre de la cosa: los partidos tradicionales eran la casta y Podemos la anticasta, es decir, la escoba que barrería la inmundicia de la política española.

Pura filfa. Sí, todo un cuento chino construido por un grupo de personas avezadas que llevaban varios años haciendo política amateur financiados por la universidad. Y es que, en prueba de que detrás del discurso de Podemos no hay más que convicciones de puro cartón piedra, ha bastado con que llegaran los primeros contratiempos en forma de escándalos mayores o menores para demostrar sin lugar a ningún género de dudas que su predicada nueva forma de actuar es tan vieja como la que de sobra conocemos.

Primero, con las irregularidades de Errejón y después, con el escandalazo Monedero, Podemos ha hecho lo que no hubieran hecho mejor el PP, el PSOE o Convergencia: negarlo todo y cerrar filas con el afectado, aceptar luego y mediante subterfugios los hechos denunciados cuando ya no quedaba otro remedio, buscar en todo caso a un enemigo que sería el auténtico culpable (el Gobierno, los medios no afines, los partidos de la casta, etcétera) y acabar por decir que todo está ya claro (cuando todo sigue oscuro) y que se han asumido las responsabilidades (cuando no se ha asumido ni una sola). Para que no faltase nada, se convoca a la prensa sin preguntas y Monedero desaparece de escena, no se sabe si para seguir con sus investigaciones o para descansar de los ataques de las casta en alguno de los paraísos bolivarianos que se las encargan y pagan de forma tan rumbosa.

¿Y estos son los líderes que van a renovar la política española? ¡Anda ya! Si reaccionan así solo para proteger una expectativa electoral, ¿se imaginan cómo se las gastarían Iglesias, Errejón y Monedero si se tratase de defender su continuidad en un ministerio o en la presidencia del Gobierno? Hay que confiar en que lo fácil que resulta imaginarlo acabe por convertir tal eventualidad en imposible.