La verdadera fuerza de Pablo Iglesias

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

03 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El gran éxito de Podemos -y pido disculpas por hablar tanto de este partido- no estuvo en el seguimiento de la manifestación-mitin del sábado. El gran éxito es que, con dos o tres personas ante los micrófonos y las cámaras, ya ha logrado condicionar a todos los demás y monopolizar gran parte de la crónica política, de las entrevistas y de los análisis. Esa es su fuerza, porque una manifestación casi nunca ha conseguido cambiar nada ni es el reflejo del estado de opinión de la sociedad: por muchos asistentes que tenga, siempre habrá más ciudadanos que no han acudido. Si las manifestaciones decidieran la legalidad de un país, seguramente no habría ley del aborto ni matrimonios homosexuales.

La influencia de Podemos en otros ámbitos sí es significativa. Veamos ejemplos. Lo ocurrido el sábado provocó que Rajoy replicara hablando de la «España negra» que dibujan algunos partidos. Está muy claro a quién se refería. Paralelamente, el socialista Pedro Sánchez tampoco citó a quien le está robando votos, pero indicó que no hay nadie que desee tanto como el PSOE derrotar a la derecha. Está también claro que se quería poner por delante de Pablo Iglesias, que acababa de dibujar el nuevo bipartidismo y de prometer que derrotaría al PP. De Izquierda Unida no hace falta decir nada: está sufriendo en su carne la irrupción de Podemos, que promete dejarla en la cuneta a base de pactos municipales y de maniobras de integración. Y a los nacionalistas no les cabe un grano en salva sea la parte porque Podemos amenaza con disminuir su hegemonía.

Esa es la incidencia de Podemos: ser acicate de todas las demás formaciones. Aunque pierda las próximas elecciones, ya ha dejado su semilla. Ya consiguió ser eje del discurso. Ya nadie, ni siquiera quien tiene la mayoría absoluta, habla sin tener presente su capacidad de atracción. Y fíjense en las siguientes dimensiones del prodigio. Primera, todo esto se produce con un público justiciero ante los problemas éticos de los demás y con indulgencia y aclamación de Monedero. Y segunda, no hay -por lo menos no se escuchó el sábado- un solo anuncio de medidas concretas para eliminar la corrupción, lograr la igualdad o resolver las necesidades de la gente.

Parece que no las necesitan. Les basta con dibujar la España sombría, lanzar mensajes contra el sistema e incitar al español cabreado que todos llevamos dentro. Ese es su acierto y su oportunidad: el discurso acertado para un país que lo requiere así y en el momento adecuado. No busquemos racionalidad. Lo que les oigo cada día en la televisión no resiste una réplica, pero tienen el viento a favor. Son una moda. Y la ciencia política no ha descubierto la forma de anular una moda. Pueden ganar.