«Je suis Schengen», por si alguien escucha

OPINIÓN

15 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Para disimular su coyuntural debilidad en Europa, toda Francia sentía la necesidad de un chapado de grandeur al viejo estilo. Y por eso han optado por sobreactuar -y hacer márketing- con los atentados de París, sin apenas reparar en que su arcaico patriotismo, militarista y chauvinista, casa muy mal con el ideal republicano que dicen representar. Sobra decir que esta es mi personal visión del episodio. Porque la opinión pública europea, que siempre se entusiasma con los himnos y las banderas que vienen a dificultar el proceso de integración, se muestra tan emocionada con la Marsellesa, los sables desenvainados y las caricaturas de Charlie, que se ha puesto detrás de Hollande -como antes hiciera con Bush- para improvisar respuestas innecesarias y errores muy dolorosos.

Lo que están haciendo puede describirse así. Reunir a tres millones de manifestantes para afirmar lo que nadie niega. Enrocarse dentro de las propias fronteras -en detrimento de los valores de la UE- para dar caza a cuatro locos que son franceses, viven en Francia y van en metro a matar. Declarar una guerra contra algunos de sus propios ciudadanos. Pregonar una reconciliación hiperbólica con el islam que parece decir todo lo contrario. Y entregarse a un cambio de cromos que, para satisfacer el orgullo nacional, convierte en símbolo de libertad el vituperio de Mahoma, mientras sacrifica el tratado de Schengen para aplacar a los nacionalismos euroescépticos que pululan por los extremos ideológicos de la UE. ¿Se puede hacer peor?

El mascarón de proa de este despropósito, que -igual que sucedió con Sarkozy al inicio de la crisis- va a causar un daño enorme a la UE, es la marcial y emotiva Marsellesa, que, cuando llama a los ciudadanos a las armas -«aux armes citoyens!»-, y les anima a regar sus sembrados con sangre impura -«qu?un sang impur / abreuve nos sillons!»-, embelesa y extasía a cualquier corazón desprevenido. Pero yo no creo que la reacción de Francia sea acertada. Y mucho mejor nos iría si los franceses recordasen que la Marsellesa también sirvió para extender el imperialismo, para llevar la guerra y la rapiña a toda Europa, y para ponerle banda sonora -en avance o retirada- a los momentos más trágicos y degradados de la historia universal.

No podemos olvidar que el último riego de «sangre impura» -el que evitó el colapso de Francia hace solo 70 años-, no lo provocaron los franceses que cantaban la Marsellesa en Vichy, sino millones de soldados de otros países -británicos, americanos y rusos, especialmente- que murieron por la libertad y que le regalaron a los franceses la victoria y la gloria que ellos no ganaron. Porque el mundo moderno no se va a salvar con fronteras, banderas e himnos caducados, sino construyendo una paz justa para todos, y negando, sin vacilar, que aún haya «sangre impura».