Cuando había que ser «Charlie»

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente LA MIRADA

OPINIÓN

12 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La sátira siempre ha sido uno de los instrumentos más útiles para combatir no solo la barbarie, el fanatismo y el totalitarismo, sino también los excesos del poder en las democracias. Dentro de ese género, las viñetas son especialmente valiosas, porque colocan a los liberticidas frente a una especie de espejo deformado que los retrata de forma más eficaz que cualquier sesudo editorial, poniendo de manifiesto su absoluta ridiculez. Charlie Hebdo pertenece a esa tradición demoledora e irreverente que no deja títere con cabeza, que es a la vez una conquista y un patrimonio de nuestra civilización. Durante muchos años se ha mofado del poder, de las religiones y de las instituciones sin cortapisas ni censuras, haciendo frente a numerosas amenazas. Como sucedió cuando Salman Rushdie fue condenado a muerte por una fetua hace 25 años, muchos criticaron al semanario satírico francés cuando en el 2006 publicó las caricaturas del Jyllands-Posten danés, a las que añadió otras de su cosecha. Lo acusaron de ofender gratuitamente a los musulmanes. Pero en los Estados de derecho los límites los marcan los códigos penales, no los que se puedan sentir ofendidos. Si no fuera así, entraríamos en una espiral de prohibiciones que nos conduciría a un inquietante reino de lo políticamente correcto. La libertad de expresión nunca puede ceder ante un supuesto «respeto» a quienes pretenden imponer sus tabúes a todos. Nada ni nadie queda a resguardo de la sátira en una democracia. Repito, los límites los ponen las leyes. Sí, como tantos otros ahora, yo soy Charlie, pero también lo era cuando estos héroes de la libertad publicaron las caricaturas en solidaridad con sus colegas daneses, sabiendo que se jugaban sus vidas.