Una apuesta contra el inmovilismo

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

26 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía el viejo Catecismo del padre Astete que «los enemigos del alma son tres: el demonio, el mundo y la carne». No creo que sea irreverente decir que el rey Felipe VI ha descubierto también los tres enemigos de España: el demonio, que sería la corrupción; el mundo, que es la situación económica con su «inaceptable» drama del paro, y la carne de la unidad nacional, que sangra por Cataluña. En los tres se ha fijado el monarca y los tres constituyen las principales preocupaciones de su reinado. Por tanto, son las prioridades de este tiempo. El rey reina, pero no gobierna, es cierto. No se le puede pedir ni esperar de él un programa ejecutivo; pero la tradición inaugurada por su padre indica que la Jefatura del Estado sugiere, alienta, inspira, marca caminos, señala objetivos y define las características que desea para su reinado.

Y eso es lo que hizo Felipe VI. Me apresuro a decir que su mensaje de Navidad ha sido mejor leído que escrito. Un cincuenta por ciento de su efectividad ha sido el texto preparado. El otro cincuenta por ciento ha sido su capacidad de interpretación: entonación, gesticulación, facilidad oratoria, movimiento de las manos, dominio de la cámara. Felipe VI es un buen actor, en el más noble sentido del término. Me atrevo a decir que hubo mucho ensayo, con una directora de escena llamada Letizia. Es injusto compararlo con su padre, porque son personalidades muy distintas. Y es más injusto todavía echar en falta una alusión directa y específica a la infanta Cristina, porque se incluye en los párrafos dedicados a la corrupción, y la infanta y su marido deben sentirse aludidos en una de las frases más contundentes: «debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción».

Hecha esta aproximación a las formas, ahora queda lo sustancial: cómo la clase política garantiza una España «sana y limpia»; cómo se recupera la confianza en las instituciones; cómo se garantiza el Estado del bienestar; cómo se mantiene la unidad nacional basada en los afectos y cómo «se pone al día y actualiza el funcionamiento de la sociedad democrática». Ahí es nada, señores Rajoy, Sánchez, Iglesias, Mas o Urkullu. ¿Está sugiriendo el rey una reforma constitucional? Creo que no la rechaza. Desde luego, ha lanzado una apuesta contra el inmovilismo. Ante la corrupción, no basta con la actuación de la Justicia, sino que hay que regenerar las instituciones. Ante la economía, el rey aporta lo que falta en el Gobierno: sensibilidad social. Y ante Cataluña, apela a los sentimientos, y no solo a las leyes o el desastre económico. Hay diferencias claras con el lenguaje gubernamental. Son lenguajes complementarios, pero diferentes. Yo, personalmente, me quedo con el del rey.