El muro de Berlín y la chapuza catalana

OPINIÓN

10 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Los genios invisibles de la historia, cuyo oficio es dar lecciones a quien las quiera recibir, hicieron coincidir en el día de ayer dos acontecimientos opuestos: la brillante celebración del XXV aniversario de la caída del Muro de Berlín, que abrió camino a la unidad de Alemania y al engrandecimiento de Europa; y la chapuza secesionista de Cataluña, que, conculcando los principios básicos de la democracia y del Estado de derecho, trata de devolvernos a las cutres discusiones que todos creíamos disueltas en las mareas del bienestar, la inteligencia, las nuevas tecnologías y el europeísmo. Era una fecha para elegir entre el día y la noche, y, mientras los alemanes optaban por la luz, los catalanes lo hacían por sumir a toda España en un período de oscuridad y zozobra, carente de todo sentido de la realidad y del tiempo.

Mientras los alemanes intentan superar su terrible y sádica historia de pueblo visionario, que el militarismo prusiano convirtió en la mayor amenaza contra la supervivencia de Europa, los iluminados catalanistas están utilizando las instituciones del Estado para embarcar al pueblo en una rancia aventura de separaciones y fronteras, cuyo único objetivo es hacer un uso abusivo de la puerta giratoria: salir de la UE y de España para romper la solidaridad fiscal y la unidad política, y entrar después por la misma puerta para recuperar los mercados y hacernos la cusca a todos, incluyendo, claro está, a los que ven con simpatía esta regeneración trapalleira y multiforme en la que todo parece valer si va en contra de lo que somos e hicimos.

Mientras los alemanes tratan de darle estabilidad a un Estado nación de reciente creación y zigzagueante evolución -conscientes de que el futuro ya está señalado, y de que quien ama el peligro perece en él-, los catalanes, poniendo en duda el mismo Estado que Hegel usó como paradigma de proceso histórico admirablemente consumado, quieren encomendar su futuro al caos, convencidos de que a base de batuxar y batuxar todo alcanza su punto de nieve.

Lo malo es que cada vez hay más síntomas de que los temerarios secesionistas han escogido con acierto su momento. Un tiempo de confusión en el que la regeneración se confunde con la caza de brujas, la justicia con la ética, España con la política, la multitud con la sabiduría, el fracaso con la virtud y el éxito con la indecencia. Un tiempo en que la democracia es entendida como la casa de tócame Roque, en la que a todos se les permite decir y hacer lo que más les convenga, y que a todos iguala rasando por abajo. Y porque tenemos un Gobierno que, después de invocar las leyes de forma obsesiva, no se atrevió a hacerlas cumplir, ni a impedir que el derecho y la política parezcan artes de trileros. Quizá por eso a Alemania, que tira muros en vez de levantarlos, le va mejor que a nosotros.