Líderes en corrupción y en solvencia bancaria

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

28 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Mariano Rajoy se niega a mentar la bicha. Rodrigo Rato, el superministro que nos había enganchado al euro, es ahora «ese señor por el que usted me pregunta». Los papeles de Bárcenas, otro innombrable en público -«Luis, sé fuerte», en privado-, eran falsos «salvo algunas cosas». Ángel Acebes también lleva camino de perder su carné de identidad. La caja B del PP solo existe en la mente calenturienta de jueces y periodistas. Tanta basura se acumula ante la puerta del presidente que ya ni siquiera tiene ánimos para aludir a la que, en proporciones similares, inunda el patio de los vecinos. Ha pasado del «y tú más» al indulto de los corruptos por silencio administrativo y al uso del desodorante para mitigar la pestilencia. «Unas pocas cosas no representan a España», dijo al enterarse de la macrorredada de la operación Púnica. Y se quedó tan ancho.

A Mariano Rajoy le encanta hablar de las otras cosas, de las muchas que van bien. De crecimiento económico y de creación de empleo, por ejemplo: «A ver quién es capaz de negar que España está a la cabeza». Ínfulas de tuerto en una Europa en riesgo de ceguera, pero no le quitemos al presidente su minuto de gloria. El de ayer, de no haber sido por el destape de otro gigantesco caso de latrocinio, hubiera sido un gran día. El BCE acababa de dictaminar que los bancos españoles han salido de la uci y disponen de capital suficiente para atravesar eventuales zonas de turbulencias. El sistema financiero español funciona «estupendamente». Palabra de presidente.

Si Mariano Rajoy hubiera glosado los dos títulos alcanzados ayer -líderes en corrupción, campeones en solvencia bancaria-, probablemente hubiera descubierto el nexo que los une. Los dos tienen su origen, siquiera parcialmente, en la fiebre de la construcción que precedió a la crisis financiera del 2008. Años de desenfreno análogos a los que describe Madame Caroline, la protagonista de la novela El dinero, de Émile Zola: «En París el dinero corría a ríos y corrompía todo, en la fiebre del juego y de la especulación». Tal cual. La burbuja inmobiliaria y la burbuja de la corrupción crecieron a la par, alimentándose mutuamente. La borrachera de cemento, que acabó provocando la trombosis del sistema financiero, llenó los bolsillos de especuladores y banqueros, infló los presupuestos públicos, nutrió las arcas de los partidos políticos y multiplicó las mordidas y tres por cientos. El cabreo es de hoy, porque la gente perdona menos cuando las pasa canutas, pero casi todos los casos en candelero -desde los ERE andaluces hasta las tarjetas black de Bankia- forman parte de la resaca de aquella fiesta.

Los contribuyentes socorrieron a la banca. Les costó un riñón evitar la hecatombe. Veremos si ha servido para algo y el crédito vuelve a fluir por el sistema circulatorio de la economía. Pero los Gobiernos no ponen el mismo empeño en extirpar la lacra de la corrupción. Son, al menos por omisión, cómplices de esas «pocas cosas» que corroen la democracia. Y esa complicidad no se esfuma por ocultar el DNI de los corruptos.