Ministros en la pasarela

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

22 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Los ministros se bajan de sus coches oficiales con ascética discreción y prudente lejanía del alcance de las cámaras, que no está bien que el contribuyente de la cola del autobús y el Metro los vean con tanta comodidad. Después hacen su paseíllo por la acera de la carrera de San Jerónimo, tan democráticos ellos. Algunos aparecen milagrosamente en el patio del Congreso, como si hubieran venido en un dron.

Los ministros entran en el Parlamento por la misma puerta que los diputados y los periodistas, y es como si estuvieran haciendo un desfile en una pasarela. Les faltan aires de modelo, incluso a las señoras, pero es que no han ensayado. Lo que mejor han ensayado es el gesto de la cara, «las caritas que ponen», que decimos los espectadores. Si tuviéramos la seguridad de que son sinceros, cosa poco probable, mediríamos la temperatura del país a base de fotos de los ministros en sus entradas al Parlamento.

Los ministros tienen ese pasillo del Congreso como sustituto de las ruedas de prensa. Cuando tienen algo que comunicar, sueltan el canutazo, que es una forma de salir en la tele y dar argumentos a las tertulias. La ventaja del canutazo es que no hay que desarrollar ninguna idea, y por lo tanto no hace falta tenerla, como es habitual. Basta un latigazo, un titular, y ya está asegurado el éxito mediático, que los informadores nos conformamos con esa limosna de la clase política. Un simple «hoy no toca» de Pujol ha tenido más vigencia temporal que la mayoría de las leyes.

Los ministros tienen días, como los demás mortales. Y esos días tienen mucho que ver con la calidad de las noticias.

Si la noticia es buena, los ministros envían por delante a su jefe de prensa para alertar y prevenir a la jauría, y se paran ante los micrófonos sin prisas y con buen talante. Si la noticia es mala, es probable que le encomienden la locuacidad al portavoz Alfonso Alonso. Y si no hay dios que consiga hilvanar una teoría, nadie quiere decir nada.

Ayer, las radios habían abierto con la baja voluntaria de Rodrigo Rato en el PP, y el día se tornó malo. Pasaban los ministros y parecían Kiko Rivera cuando le preguntan por su madre. Pasaban las ministras y la vicepresidenta y parecían artistas preguntadas en el aeropuerto por su último compañero sentimental.

Traspasar la puerta del salón de plenos es para ellos encontrarse en zona de seguridad. Ni uno dijo una palabra de su compañero Rodrigo. Ni un mensaje de consuelo. Ni una frase de amistad. Ni un socorrido recurso a que «la Justicia pondrá las cosas en su sitio». Nada.

Si yo fuese cronista parlamentario, los mandaría a freír espárragos. Usan a la prensa como recadera de sus logros. La formación de opinión pública la delegan en Podemos.