El pactismo como solución a los problemas territoriales

Julio Iglesias AL DÍA

OPINIÓN

14 oct 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

En una reciente entrevista, el lendakari Urkullu daba en el clavo de la solución histórica a los problemas territoriales en nuestro país: el pactismo con el Estado, tan propio de nuestra tradición política, como única garantía de la convivencia pacífica y común de todos los pueblos que integran España. Porque como muy bien reconoció Íñigo Urkullu, la verdadera cuestión no es la independencia, sino la comodidad de estar que proporciona la cota de autonomía para poder ser.

El ejemplo paradigmático siempre fue Navarra. Conquistada por Fernando el Católico e incorporada a su muerte a la Corona de Castilla de la reina Juana, siempre hizo respetar sus fueros. Y de ese respeto recíproco, pactado también en aquel singular abrazo de Vergara del que tanto tenemos que seguir aprendiendo y que dio lugar a la Ley Paccionada, que más de un siglo más tarde se convertirá en «amejorada» en su actual Estatuto de autonomía, nace el sentimiento nacional común.

Porque nadie ama tanto a su país como quienes se sienten respetados, queridos y, en suma, cómodos en él. Por eso Urkullu dio en el clavo. Y es una pena que los nacionalistas catalanes no lo vean así. Quizá sea porque Artur Mas lanzó el órdago de la consulta para conseguir más autogobierno, cuando en el pactismo no debe tener cabida amenaza alguna. Los vascos lo saben muy bien, porque nada entorpeció más sus aspiraciones legítimas a más techo de autonomía que el terrorismo de ETA. Porque la verdadera clave de bóveda para resolver la cuestión territorial sigue siendo la de siempre: pactar. Y es evidente que el Estado no puede hacerlo nunca bajo amenaza. Por eso Mas debe parar su órdago para exigir negociar y Rajoy debe sentarse con él para buscar una solución que ya solo entiendo plausible en el marco de la disposición adicional primera de nuestra Constitución, como única vía existente para superar los corsés más que agotados de su Título VIII sin tener que reformarla.

Aunque también es cierto que si para encontrar esa solución hay que modificar nuestra Carta Magna, pues se modifica y punto. Y si no, se pueden contar todas las constituciones que tuvimos desde 1812, porque la Constitución española de 1978 ni fue la primera que tuvimos ni, afortunadamente, será la última.

Julio Iglesias es alcalde de Ares.