Cataluña: este jueves, milagro

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

10 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Mañana se celebra en Cataluña la Diada, jornada festiva que será aprovechada por el secesionismo para hacer otra demostración de fuerza en pro de ese invento atrabiliario que ha dado en llamarse derecho a decidir, cosa pintoresca que, desde luego, no recoge ni una sola de las constituciones del planeta.

Allí no se aparecerá el falso san Dimas que interpretaba el inmenso Pepe Isbert en la película inolvidable de Berlanga (Los jueves, milagro), pero sí volveremos a asistir a un hecho portentoso: que cientos de miles de personas exijan con la perentoriedad de quienes viviesen bajo un yugo insoportable, la independencia de una de las regiones europeas que goza en realidad de más autonomía.

Esa es, de hecho, la increíble anomalía catalana, que deja atónita a cualquier persona cabal: que muy lejos de poder considerarse una región dominada y explotada por un Estado dedicado a la rapiña, como ha sucedido en las situaciones coloniales y parece deducirse del delirante discurso de los nacionalistas, Cataluña es una comunidad autónoma con poderes propios de extensión extraordinaria en la práctica totalidad de las materias que cabe imaginar: de hecho, en todas, salvo en defensa nacional. Tanto es así, que para decir nada más que la verdad, quienes han gobernado Cataluña de 1979 en adelante han mandado (valga la palabra) en el conjunto de España mucho más de lo que, desde la aprobación del primer Estatut, el Estado español ha mandado en Cataluña.

Por eso, que una parte numéricamente importante de quienes han influido en la vida de todos los españoles de forma incomparable a como los restantes españoles hemos influido en la suya, manifiesten esa inquina hacia la nación y el Estado del que Cataluña forma parte desde hace muchos siglos, es una prueba palpable de que la capacidad de manipulación política puede ser ilimitada y tanto más peligrosa cuanto más cerca de los manipulados están los manipuladores.

Por si todo ello fuera poco, el secesionismo presenta, además, otra dimensión profundamente odiosa: a los separatistas se la trae al fresco que haya en Cataluña millones de personas que con la independencia se verían amputadas de una parte esencial de lo que son y lo que han sido sus predecesores durante docenas de generaciones. Porque -hay que decirlo sin tapujos-, el movimiento por la independencia de Cataluña no solo desprecia a la España democrática que ha reconocido la identidad catalana como nunca antes en la historia, sino a los catalanes no nacionalistas que lo son tanto como los secesionistas. Los manifestantes de mañana lo harán con aire festivo, sí, pero bajo esa falsa apariencia se esconde el desprecio absoluto y sectario hacia quienes no comparten sus ideas: en muchos casos sus hijos, sus padres, sus hermanos, sus amigos. Es terrible, ya lo sé, pero es así.