Pujol, el duque de Medina Sidonia y Montoro

Uxio Labarta
Uxío Labarta CODEX FLORIAE

OPINIÓN

04 sep 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Recordado en una comida de amigos Eduardo Chamorro, tantas veces disfrutado en estas páginas de La Voz, tuve la oportunidad de adentrarme con su novela La Cruz De Santiago en el convulso mundo de Felipe IV y el conde duque de Olivares. Mundo donde se resuelven, o dejan sin resolver, algunos de los problemas que todavía hoy discurren por España. Uno lamenta que la historia se obvie con facilidad, sobre todo cuando de entuertos políticos se trata, porque ahora y en los tiempos idos todo se enreda entre impuestos, poderes y territorios.

Mientras el Imperio fue imperio, desde los reyes católicos hasta Felipe IV, y el oro de América llegaba sin corsarios ingleses, holandeses y franceses que lo quebrantaran, el poder del rey permitía aguantar de su imperio sin mayores quebrantos para los reinos de España. Enredados en la guerras de religión, independencia de Holanda, y muy particularmente en la Guerra de los Treinta Años, el rey y su valido se implicaron en un proyecto político de envergadura, recogido en el memorial secreto preparado por Olivares: «Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo». Consecuencia de todo ello fue la independencia de Portugal, y la sublevación catalana, más el intento de la sublevación andaluza con aquel duque de Medina Sidonia al frente. Sigan ustedes hasta 1714 y las guerras dinásticas entre Austrias y Borbones, y sabrán de la celebración de la Diada.

Sucede que, ante el desafío soberanista en la Cataluña actual, nos encontramos no solo con la prevalencia de la actual Constitución española que prohíbe la consulta del derecho a decidir, sino con una respuesta política que, obviando la corrupción institucional rampante desde Gürtel y Bárcenas a los ERE andaluces, Matas en Baleares o el 3 % de la Generalitat, pretende unir nacionalismo catalán y corrupción.

Jordi Pujol ha confesado tener una catadura moral tan impropia de la decencia de un gobernante como tantos de la larga e incompleta lista, pero el ministro Montoro no debería emular al conde duque de Olivares, capaz tan solo de humillar a aquel anecdótico duque de Medina-Sidonia que pretendió en Andalucía lo que lograron portugueses o catalanes.

Jordi Pujol es una herida abierta en la sociedad catalana. Imposible olvidar la confianza que durante 23 años le fue otorgada por sus ciudadanos, ni la complacencia y el apoyo de las fuerzas políticas e instituciones del Estado a su papel como hacedor del nuevo catalanismo político. Pero Montoro y los suyos no debieran olvidar que existen los catalanes para un proyecto común, ni humillados ni sometidos.