Disparidad entre política y realidad

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

13 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace cien años, no solo se incendiaba Europa con la guerra. Se estaba dando el relevo entre la generación del 98 y la del 14. En aquel acto de Aranjuez de homenaje a Azorín, el nexo de unión entre ambas generaciones fue la necesidad de pasear por aquella España para, más allá de las tertulias de salón, comprobar la realidad del pueblo, aproximarse a la verdad «angustiosa y brutal que acabamos de ver con la siniestra frivolidad que desfila ante nosotros». Era la cuestión a compartir, la disparidad entre la política y la realidad social. España necesitaba su regeneración.

De esta generación son José Ortega y Gasset y Eugenio d'Ors. Ellos son los impulsores del órgano periodístico más importante de la generación; se trata de la revista España, semanario de la vida nacional. Son redactores de la misma, Ortega, Ramiro de Maeztu, Pío Baroja, Ramón Pérez de Ayala, Eugenio d'Ors, Luís de Zulueta, Gregorio Martínez Sierra y Juan Guisé.

Hay muchos colaboradores que habían asistido a todos los actos políticos de los intelectuales a los que preocupa la situación de España, el estado de la cultura y la urgente necesidad de emprender reformas, incluida la alternativa republicana.

Viene a cuento todo lo dicho, al menos en algunas cuestiones. La situación de España, entre los problemas del Estado, la deslegitimación social de la clase política, las dificultades de las personas para salir adelante cada mes, mientras el Gobierno asegura que la economía marcha y que está creando empleo. Una vez más, la disparidad entre política y sociedad. Razones para que, tal como recoge la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas, Podemos sea la tercera opción de voto para los españoles.

Viene a cuento de la falta de órganos, ateneos, publicaciones, seminarios, más allá de los políticos en los que la sociedad civil manifieste su estado de ánimo y a través de la cultura se ponga énfasis en una reforma, sin complejos, sin apriorismo, sin la vieja pereza de aceptar lo que sucede como mal necesario o culpa de los anteriores gobernantes.

Tal como hace cien años, el desprestigio radical de todos los aparatos de la vida pública, que constituyen la nación, requieren la puesta en escena para tareas de restauración. Alejarse de lo que hoy nos representa, para reconstruir el pensamiento y la participación.

Hace falta serenidad intelectual para buscar soluciones a la indignación popular.