La naturaleza en el Día de Galicia

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

25 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hace ya unos cuantos años, siendo presidente de la Xunta Manuel Fraga, algunas personas fuimos consultadas de manera informal sobre la viabilidad de plantar un bosque en el monte Gaiás, integrado en el proyecto de la Ciudad de la Cultura. Aunque con el paso del tiempo he olvidado los detalles, recuerdo que se trataba de una plantación de carballos y que su denominación era «El bosque de Galicia». Sí recuerdo, por el contrario, mi respuesta y la de algún colega, en la que manifestamos que una cosa es adecentar el entorno de unos edificios plantando árboles y otra muy distinta llamarle a eso bosque. En mi caso, señalé algunas carballeiras del entorno de la ciudad de Santiago que podrían cumplir ese papel.

Pasado el tiempo, según ha publicado la prensa estos días, la Xunta va a «regalar» a la ciudad de Santiago un bosque para la Ciudad de la Cultura, con sendas y escaleras. No sé si la propuesta que ahora ha reaparecido tiene que ver con la de aquellos años y, como entonces, soy partidario de que los terrenos se embellezcan con árboles plantados. Sin embargo, si hoy fuera preguntado al respecto, cosa poco probable, respondería lo mismo que en aquella ocasión.

No es una cuestión intrascendente que le llamemos bosques a las plantaciones de árboles, lo hacemos con las de eucaliptos y pinos, y ahora con las de carballos; tal vez sea el reflejo de que cada vez en la Galicia litoral quedan menos bosques de verdad. De la misma manera que exponemos en un museo una vieja herramienta, o un apero de labranza en desuso, ahora vamos a plantar un bosque para garantizar que los turistas puedan ver algo que ya no encontrarán en nuestro paisaje litoral.

Lamentablemente, esa política de escaparate no afecta solo a nuestros bosques, sino también a nuestros espacios protegidos. Tenemos buenos ejemplos de lo que estoy diciendo en lo que ocurre en la denominada playa de As Catedrais, en la Mariña lucense, en el abandono del parque ourensano de A Encina da Lastra o en la inacción en las sierras lucenses de Os Ancares y O Courel. Es difícil entender cómo después de tantos informes, reuniones y recursos invertidos, la mayoría de nuestras formaciones vegetales emblemáticas carecen de protección real, a la vez que nuestras comarcas más hermosas, en las que se integran usos agrícolas y naturaleza, permanecen en el olvido.

Hemos inaugurado cascadas, desecado ríos y creado grandes lagos; construimos gigantescos cráteres de pizarra, rellenamos el litoral y buscamos explotar minas de oro; ahora, regalamos bosques que no lo son. Si no fuera el país donde vivo, creería que se trata de una fantasía épica ambientada en el lejano Reino de la Lluvia. Un reino donde hoy celebramos con pompa y boato el Día de Galicia mientras, cada día que pasa, nuestra naturaleza tiene menos que festejar.

Si el día 25 de julio es una buena ocasión para reflexionar sobre nuestro país, no está de más recordar que una sociedad se define no solo por los árboles que planta, sino por los que decide no destruir.