Salve un niño por 7 euros; dos, por 3,80

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

17 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad es, sin duda, una buena ministra. Pero la estropea la segunda parte del apellido de su cargo. Gobernar los servicios sociales en tiempos de escasez es provocar las iras de los afectados. Y administrar la igualdad cuando todos los indicadores denuncian la creciente desigualdad es exponerse a que le tiren tomates desde las manifestaciones. Ayer le tocó lidiar con los viceministros de las comunidades autónomas la limosna de la lucha contra la pobreza infantil, y a la buena de Ana Mato no le quedó otro remedio que comprometerse a revisar los criterios en que se basan esas ayudas. Es que no pueden ser más injustos. No puede ocurrir que un niño andaluz reciba 1,90 euros y otro de Ceuta, 153. Galicia está en una zona intermedia, pero igualmente agraviada, como ayer demostró la conselleira Beatriz Mato.

De todas formas, creo que hay algo más sangrante que los criterios de reparto: la cantidad global dedicada a esa asistencia social. Son 16 millones de euros/año, que salen a menos de un millón por autonomía. Y además, hay que repartirlos entre 2,3 millones de criaturas, y sale a siete euros por cada niño sumido en la pobreza o en riesgo de exclusión social. Siete euros, señores, no 7.000, ni 700, ni siquiera 70. Con esa fabulosa cantidad piensa el Gobierno que socorre a alguien o, usando términos del catecismo, da de comer al hambriento. Por ese dinero solo se come -y una sola vez- en algunos lugares que habrá que incluir en el circuito de la asistencia social: los comedores de los parlamentos nacional y autonómicos, donde el Estado sí libra recursos para financiar el almuerzo de sus señorías.

No pretendo hacer demagogia con esto que acabo de decir. O mejor dicho: sí lo pretendo, hay que hacer demagogia, porque clama al cielo. Ya es lacerante que tengamos que oír hablar de niños que no pueden hacer tres comidas al día en el país que, al parecer, se emborrachó de vivir por encima de sus posibilidades. Ya es inquietante que los poderes públicos se harten de decirnos cada mañana que estamos en la gloria nunca vista de la asistencia social. Y ya es indignante que tantos niños sobrevivan con siete euros de media, mientras estamos bombardeados por noticias de grandes ágapes, de ostentación sin límite y de cientos de millones escapados por las cañerías del descuido administrativo. Eso es demagogia, ya lo sé; pero no hay proporción entre el estado de necesidad de la población infantil y la cantidad de dinero que se destina a mitigarla. Si don Cristóbal Montoro no puede librar más fondos porque no los tiene, habrá que inventarlos, como se inventan para otras necesidades menos hirientes. Y a veces para el lujo más vulgar.