El agrio despertar de una mentira

Raúl Caneda

OPINIÓN

10 jul 2014 . Actualizado a las 13:47 h.

Siempre digo que el curso de la historia en el fútbol cambió en aquel partido en Sarriá del Mundial 82 cuando Brasil sucumbió ante una gran Italia. Entonces, después de aquello, se empezó a entonar el discurso de que jugar bien no era práctico para ganar. Y durante años nos han vendido que lo importante había pasado a ocupar un papel secundario. Los equipos se empezaron a plagar de futbolistas desnudos de virtudes. A través de sesudos análisis, nos trataban de convencer de que donde no éramos capaces de apreciar talento, en realidad brotaba a borbotones. Y, por el contrario, donde se veía magia a primera vista, en realidad, era una distorsión fruto de una visión ingenua.

Estas ideas dominaron el mundo del balón hasta que el Barça y la selección española se encargaron de demostrarlas. A partir de ahí, hubo equipos que apostaron por continuar el caminio abierto desde España. Alemania fue uno de ellos. Brasil, con un gusto y una tradición infinita por el ingenio, decidió seguir apostando por otra vía, por continuar descapitalizándose sobre un terreno de juego. Solo la fueron sosteniendo pinceladas individuales, que todavía le permitieron luchar por la victoria. Los Bebeto, Romario, Ronaldinho, Rivaldo o Ronaldo le facilitaron no perder su estatus, el de la pentacampeona. El martes en Belo Horizonte, la canarinha despertó de esta mentira de la forma más abrupta posible. El esperpento de estos años ha llegado hasta el punto que jugadores prescindibles se tornaron en imprescindibles, mientras, la calidad se fugaba de los campos brasileños ante la falta de demanda por parte de los técnicos. La tragedia de Brasil es que ahora tiene que recorrer el camino de vuelta hacia su esencia y eso no será sencillo. Hoy no hay nadie parecido a Zico, Socrátes o Falcao en su campeonato. En un vistazo rápido a esa liga, la falta de pedigrí se hace notoria. Los genios hay que fabricarlos. Pero si España lo consiguió con un solar en su pasado , ¡cómo no lo va a lograr el país que inventó el jogo bonito!