Violencia estructural

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

09 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hay fuerzas marginales empeñadas en entronizar una violencia estructural en España. Es algo que ya no niegan ni las propias fuerzas marginales implicadas, que, en su progresivo e interesado convencimiento de que tienen la razón, no paran de elevar el tono de sus insultos y descalificaciones. Su objetivo está claro que es provocar a sus adversarios y situarlos a la defensiva, poniendo en valor una osadía dialéctica que -¡ya es paradoja!- destaca por lo burdo, zafio, limitado y reiterativo. De hecho, ya cada vez prescinden más de los argumentos y pasan directamente a las acusaciones y los insultos.

¿Cuál es el resultado? Que cada vez es más difícil el debate o el diálogo entre todos. Como bien dijo don Francisco de Quevedo, implacable y certero fustigador de los males hispanos, «el exceso es el veneno de la razón» y «el insulto es la razón del que razón no tiene». Dicho en plata, es el nuestro de hoy un espectáculo poco edificante. Algunos persiguen a dentelladas los votos que aún no tienen, pero que anhelan, mientras que los otros se defienden con extrañas actitudes de ninguneo o desprecio. Y, tanto unos como otros, todos parecen decididos a meternos miedo con sus propios contrarios.

Como ciudadano que no comparte esos afanes amedrentadores ni esas actitudes achuladas, deseo que el voto ciudadano ponga orden en futuras citas electorales y elija a aquellos que, con un programa creíble, sean capaces de salvaguardar la concordia y excluir la perfidia desestabilizadora, sea de derechas, de centro, de izquierdas o de condición ultra. Nuestro país no puede resignarse a vivir en una gresca permanente. Porque el resultado no nos gustaría y, arrepentidos, acabaríamos por denostarlo y rechazarlo.

Sin embargo, lo real hoy es que la violencia verbal está empezando a dificultar el debate, cuando debería suceder lo contrario. Porque en los argumentos deberían brillar las razones y no los gritos o escarnios. Todos deberíamos recordar un dicho certero de Martin Luther King: «Nada se olvida más despacio que una ofensa, y nada más rápido que un favor». Por si acaso.