Quizá el PSOE debería ya cambiar su nombre

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

29 jun 2014 . Actualizado a las 06:00 h.

Si yo hubiera sido un apologeta de Alfredo Pérez Rubalcaba, todo lo que aquí diré de él carecería de valor. No lo he sido: muy por el contrario, he criticado a Rubalcaba, incluso con dureza, cuando he creído que ese era el deber de quien, como yo, goza del inmenso privilegio de escribir con regularidad en el cuarto periódico del país. Pero esas críticas no me han impedido jamás reconocer en el dirigente socialista a una de las figuras más relevantes del PSOE y, por tanto, de la moderna España democrática, que él, con un grupo irrepetible de políticos de diferente filiación, ayudó a conformar en muchos de sus aspectos esenciales.

Rubalcaba es el último mohicano socialista de aquella gran generación y, por eso, su marcha, significa para el PSOE la muy probable ruptura con el acuerdo constituyente que abrió el período más fructífero y brillante de una historia contemporánea plagada de descalabros y quebrantos.

Como sus predecesores en el cargo, Rubalcaba se va sin haber sabido resolver su sucesión, que, por su mala cabeza y ambición personal, ahora acabará por consolidar el giro del PSOE hacia el radicalismo populista que comenzó con el infausto Zapatero. Por eso, incluso quienes veían en el político cántabro a un personaje luciferino acabarán, a no mucho tardar, echándolo de menos.

No hay más que ver las evoluciones por el campo de batalla de los tres candidatos socialistas a la secretaria general, y el ambiente que, como en La casa tomada de Julio Cortázar, va comiéndose al PSOE desde la victoria de Podemos, para constatar la evidencia de que la desaparición de Rubalcaba significa la del último muro de contención que aun detenía el desenganche del PSOE de dos de los elementos vertebrales del pacto constitucional que dio a luz la democracia: la monarquía parlamentaria y el Estado autonómico, pero unido, símbolos primordiales de la reconciliación y la voluntad de hacer un país para todos y no solo, como antaño, para una de las dos Españas que llevaban decenios helando el corazón de unos o de otros.

Explicaba hace unos días Xosé Luis Barreiro en este espacio que el PSOE es, estructuralmente, el mayor problema de la España de hoy en día. Tan es verdad, que si los socialistas optasen finalmente, como todo parece indicarlo, por abandonar las señas de identidad que definieron al partido que millones de españoles reconocemos en sus siglas, y por convertirse, abandonando su vocación de fuerza mayoritaria de centro izquierda, en un partido que solo aspira a liderar una gran coalición de todas las izquierdas y todos los nacionalistas para arrasar las bases del pacto constitucional, bien estaría que comenzara por inventarse un nuevo nombre. Es lo menos que se merecen los que, con el actual, lucharon a brazo partido para que el PSOE fuera todo lo contrario.