No haré leña del árbol caído

OPINIÓN

26 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

A pesar de que su familia tenía posibles, y podía emplearla en cualquier bicoca, mi colega Cristina de Borbón y Grecia, licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad de Madrid, prefirió formarse como cualquier chica de su edad, y emplearse después en un trabajo con el que cumplió muy por encima de lo que era previsible. Esta infanta, que le dio nombre a una fragata de la Armada española, también pudo sentir la tentación de buscar príncipes azules entre las casas reales europeas, o satisfacer el ego de algún multimillonario americano que le regalase una isla independiente en las Bahamas. Pero prefirió enamorarse de un chico vasco, guapo por cierto, y casarse por amor o por pasión, cosas que a ciertas edades son equivalentes. También pudo escoger, ya casada, una vida de saraos, modelitos y yates, estilo Mónaco, y perderse sin consecuencias en los mullidos salones de la Costa Azul. Pero se quedó en Barcelona como una persona bastante normal.

Así que, tal como yo la veo, la politóloga Cristina pudo haberse convertido en un símbolo del feminismo avanzado, en una prueba de modernidad de la monarquía española, y en un ejemplo de cómo se puede bajar de la cuna, si de verdad se quiere, por muy alta que esta sea. Pero la infanta no conocía muy bien el país en que vivía, y, en vez de tirar a su marido a la basura en el mismo momento en que se descubrieron sus presuntos fraudes y manejos en Nóos, se quedó pegada a su familia, mantuvo un padre para sus hijos, y se jugó a una sola carta el boato y porvenir propios de su rango. Y eso, que para mí es su mayor virtud y ejemplo, y un motivo suficiente para que apueste por su futura resurrección, fue interpretado por la opinión pública como prueba apodíctica de su villanía, y como una oportunidad maravillosa para purgar en una sola hoguera toda la corrupción del país.

El valiente juez Castro ya confirmó su imputación, y si Cristina me hiciese caso a mí, y no a los abogados que no supieron defenderla, no recurriría el auto ante la Audiencia Provincial de Palma. La fórmula ya está redactada -«si lo vas a hacer que sea pronto»-, porque se la dijo Cristo a Judas. Y la pobre infanta se evitaría años de martirio a cambio de una escasa posibilidad de que la sentencia, sea condenatoria o absolutoria, o termine en una anulación de las actuaciones estilo Lugo -¡qué bochorno, Dios mío!-, le dé satisfacción a gente que quiere de todo -ejemplaridad, venganza o espectáculo- menos una Justicia prudente y mesurada.

Por eso me abstendré de hacer leña del árbol caído, o de regodearme en los espectáculos combinados de banquillo y picapleitos. Y solo prometo que, cuando todo termine, le ayudaré, en lo que pueda, a levantarse. Porque aunque España entera la condene -eso también está escrito-, a mí me cae bien esta colega que aún puede llegar a reina.