Currás al limbo y Hernández al infierno

SANTIAGO CIUDAD

10 jun 2014 . Actualizado a las 12:07 h.

La caída de Ángel Currás representa un hecho tan necesario como injusto, y pone de manifiesto la situación de postración moral a la que, por diversas causas y desde distintas instancias, está sometida la política. Si limitásemos nuestro análisis a la pura descripción de los hechos, es evidente que el mandato de Currás nació muerto, y no solo por haber sido doblemente imputado en la línea de salida, y por ver imputados también a dos tercios de sus concejales, sino porque heredó un pecado original del Partido Popular -el mandato y caída de Conde Roa y el desplazamiento oscurantista de su heredera Paula Prado- del que Feijoo nunca quiso bautizarlo. Por eso, a pesar de ser abatido sin haber gozado nunca la gracia de Dios, no se irá desde el pazo de Raxoi al infierno de los corruptos, sino al limbo de los justos, ese invento abolido por la Iglesia pero que los políticos conservan, al que están destinados los que tienen vetado el paraíso a causa del pecado que otros cometieron.

También creo que la caída de los siete concejales del PP en un juicio absolutamente bizantino, que aportó las causas próximas de su derrumbe, le convierte en víctima de una manera de hacer política y de hacer justicia -porque en el mundo de los poderes sucede lo mismo que en el de las personas, «que Dios los da y ellos se juntan»- que habla mucho más de la desmesura de los denunciantes y de los escrúpulos morbosos de los jueces que de las faltas sustantivas del exalcalde, que quizá entró de inocentón y sale de chaíñas, pero que en modo alguno debería sentirse abrumado por este episodio esperpéntico -a lo Falcon Crest- en el que solo tuvo el papel de marioneta.

Así que, en contra de lo que parece, creo que Currás sale ganando con la mala solución de ayer, y por eso le deseo que la acogida de su familia y amigos y la vuelta a sus clases de Química le devuelvan el sosiego y la paz que un mal paso les quitó. Y por quien temo ahora, porque la política es así de injusta es por Agustín Hernández, que, puesto que lo que mal anda mal acaba, se va derechito al infierno. Porque, a pesar de su reconocida valía y experiencia política y administrativa, su alcaldía es hoy tan ilegítima como la de Currás. Porque el proceso de destrucción de su candidatura es el mismo; porque la sustitución de electos por escogidos -aunque no afecte a tantas personas- es igual de insoportable; y porque si un partido externaliza la conciencia política hacia los juzgados, la calle, los indignados y los cuchicheos, queda finalmente sometido a sus dictámenes y deseos, aunque solo sea porque una manzana sana -decía mi maestro don Camilo- jamás curó a las podridas.

Ángel Currás, a quien su partido señaló como chivo expiatorio, tenía que caer. Pero yo lamento que -en nombre de la autonomía moral de la política- no haya podido resistir.