El día que Pablo Iglesias derrotó al PSOE

OPINIÓN

29 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El PSOE está ensimismado. Y, en vez de relacionarse con la España real -que es plural y compleja, pero de buen corazón-, lleva quince años hablando con su propia ensoñación, elaborando respuestas para sus preguntas, y tratando a la sociedad con el mismo esquema relacional que tienen los niños con sus peluches. Por eso son incapaces de diagnosticar sus derrotas, de escoger sus líderes, de reestructurar su organización, de hacer un discurso actualizado y coherente, y de hablar de algo que no sean sus elecciones primarias, terciarias y cuaternarias.

Así se explica que en una sola votación hayan recibido cuatro derrotas, y que, puestos a huir de su propia irrelevancia, hayan empezado a equivocarse, otra vez, con los dogmas e instrumentos de siempre. La mayor de sus derrotas se la infringió el PP, que, habiendo realizado todo el desgaste de gobernar la crisis, y con las manos atadas por la Gürtel, por un candidato campechano que devino en machista, por el evidente atractivo intelectual de Floriano y Mato, por el feminismo rebelde de Cospedal y Barberá, por los referentes sociales e ideológicos de Aguirre y Fernández Díaz, por la seriedad de Montoro y por la habilidad mediática y pedagógica de Sánchez-Camacho y Rajoy, humilló a Rubalcaba hasta hacerle perder su poltrona.

La derrota más sarcástica se la asestó Pablo Iglesias, al capitalizar el discurso indignado del socialismo. Porque si el PSOE cree que los ajustes y recortes son caprichosos e innecesarios, la troika abusona, los banqueros caraduras, los empresario pillos, los problemas sociales una maldad de la derecha y Merkel una outsider, la lógica es votar Podemos o Le Pen.

El infantil radicalismo frente a ciertos usos y valores sociales, que les impide implantar en España su posmodernidad casi divina, propició la tercera derrota. Su confusión entre laicismo y descristianización, su anticlericalismo rancio, su banalización moral y técnica del aborto, y su presentación esperpéntica de algunos aspectos del feminismo y la igualdad, les garantizan una troula discursiva extraterrestre.

Y la cuarta derrota surge de creer que a base de primarias caóticas y congresos amañados van a convencernos de su apertura a la sociedad. Algo les impide ver que la proliferación de primarias y congresos les está dando un pésimo resultado organizativo, y que, lejos de garantizar la llegada de los mejores, está propiciando aventuras personales inaceptables.

Por eso se mueven en un peligroso dilema: llamar a Susana Díaz, hacer borrón y cuenta nueva, y volver -¡con perdón!- al PSOE clásico, lo que equivale a desvestir la Macarena para vestir la Almudena; o encargarle a un Zapatero femenino -Carme Chacón- el cataclismo final. Lo que ya no deben hacer es volver a la noria, como los burros, para regar las cebollas. Porque torres más altas cayeron.