Niños educados

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

26 may 2014 . Actualizado a las 13:23 h.

Vivimos en una época dónde el sano ejercicio de la autoridad se ha disuelto en un mar de pensamientos tóxicos que se resumen en pensar que todos los humanos nacemos buenos e iguales en competencias. Y no es verdad.

De esas falsedades se deriva que el ejercicio de la autoridad a la hora de educar esté tan mal visto -no digamos ya la sanción- con lo que la falta de respeto hacia las figuras que deberían ejercerla está servida. Todos los animales sociales ejecutan algún mecanismo de control cuando sus crías se portan mal -gritos, señales intimidatorias y a veces hasta les atizan-. En el cerebro existen circuitos muy complejos dedicados a registrar, placer, dolor y también mecanismos aversivos frente al castigo capaces de controlar la conducta. Por algo están ahí, sin embargo, llevamos décadas intentando desarrollar sociedades sin sanciones, que abocan irremediablemente en la mala educación o la corruptela.

El berrinche es algo natural que puede ser la antesala de una tiranía si no se corrige a tiempo, el llamado síndrome del emperador y la violencia filioparental ha despegado en los últimos años -un 10 % de los niños entre 3 y 18 años la ejercen-.

Tenemos datos más que abundantes para afirmar que si se suprime el castigo se acaba la civilización. La educación siempre fue un proceso de domesticación de los instintos, una correcta gestión de las frustraciones así como el autocontrol -competencia emocional básica- que deben enseñarse pronto en casa como en la escuela. La actual autoridad borrosa de padres y maestros ha determinado el aumento de niños ingobernables. Ya lo decía San Pablo: «sin castigo no habría conocido el pecado».

La inconsistencia de estos «padres colegas permisivos» y la confusión de creer que ser un buen padre es ser un padre bueno, condena a los hijos a crecer sin padres.

«Es que no obedece», se quejan. Obediencia es la conducta de quien reconoce la autoridad. Obedecer deriva del latín oboedire, y este de audire, es decir, oír; disciplina deriva de discere: aprender. No hay educación ni civilidad sin disciplina ni autoridad.

El comentario viene a cuento leyendo la noticia de que en EE.UU. y Canadá proliferan los restaurantes en los que hacen descuentos a las familias con niños «bien educados». Y al contrario, en San Luis ya hay restaurantes que cobran una penalización para aquellos que acuden al local con niños ruidosos e incontrolados.

La experiencia de soportar una comida con niños alrededor vociferando, con unos padres incapaces de controlarlos y sin infundirles el más mínimo respeto, es una escena exasperante que se ha convertido en habitual. O ponerse la camiseta de «niños educados y menos tuneados» y a ver si podemos comer tranquilos.