Corrupción: ¿incentivos o cultura?

Manel Antelo (Profesor de Economía de la USC) TRIBUNA

OPINIÓN

25 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Como utilización del poder para sacar provecho de algo que las normas impiden ?desde retirar una multa de tráfico hasta adjudicar un contrato público de forma fraudulenta?, la corrupción es de los males que más lastra el desarrollo de un país. Pero ¿por qué el nivel de corrupción en unos países es mayor que en otros? La pregunta del millón puede ser abordada desde dos vertientes. La primera sostiene que unos países son más corruptos que otros porque en ellos los individuos tienen incentivos más fuertes. Concretamente, porque el coste de los actos de corrupción es menor: hay más reglas que los corruptos pueden transgredir a cambio de favores; no se persigue de forma decidida a los que sobornan y se dejan sobornar; el castigo ?cuando son descubiertos? es tenue; las represalias electorales son nimias... En definitiva, porque comparado con el beneficio ?cierto y considerable? que comporta ser corrupto, el coste que conlleva es incierto y escaso, con lo cual la corrupción es una opción racional. Si esta teoría es acertada, el modo de atajar la corrupción sería elevar el coste de la misma hasta igualarlo, si fuese necesario, al beneficio que reporta. ¿Cómo? Aumentando tanto la persecución de la corrupción como el castigo a los corruptos una vez detectados.

No todo el mundo está de acuerdo con este punto de vista. Los disidentes afirman que la corrupción es intrínseca a la cultura y la forma de ser de una sociedad, razón por la cual unos países la ven con mejores ojos que otros y seguirían haciéndolo aún si el incentivo estuviese debilitado. En dichas sociedades, muchos individuos tienden a incumplir una y otra vez las normas porque interiorizan que «la ley no les incumbe» y que someterse a ella es propio de pardillos; la opinión pública sobre farsantes y pícaros es positiva; los niños contemplan todo esto desde la infancia como algo que, lejos de reprobable, es divertido? Y, en fin, como en una sociedad así, en la que se hace la vista gorda con la corrupción, puede resultar cómodo vivir, tenemos los mimbres que definen ?y perpetúan? una idiosincrasia que, lejos de repudiarla, la fomenta. Es por ello que, aunque el beneficio y el coste de la corrupción en una comunidad tal coincidiesen con los de otra menos tolerante con dicha práctica, el ánimo corrupto de los individuos de la primera comunidad seguiría siendo más intenso.

¿Cuál de las dos teorías es la correcta? Para comprobarlo, se ha acudido a las multas de tráfico que en Nueva York imponen a diplomáticos acreditados ante la ONU. Las multas de tráfico definen un laboratorio ideal para detectar si los ciudadanos de diferentes países ?los diplomáticos? manifiestan o no el mismo comportamiento corrupto, porque el incentivo para incurrir en los actos corruptos que subyacen a las multas es, grosso modo, el mismo. En efecto, el beneficio de infringir las reglas de tráfico es, para todos, el de llegar a tiempo a la reunión programada y el coste es cero para todos, pues la sanción es retirada en virtud de la norma que, hasta el año 2002, eximía del pago de multas a los diplomáticos asamblearios.

Pues bien, lo que se constató es que, frente al mismo incentivo para actuar de forma corrupta, ciudadanos de diferentes países exhiben un comportamiento (corrupto) distinto. En particular, los países más corruptos según el barómetro de corrupción de Transparencia Internacional son también los que reciben más multas de tráfico en Nueva York, surgiendo así una alta correlación entre cultura y corrupción. Parece, pues, que lo que determina que en unos países haya más corrupción que en otros es la cultura de su gente. Y también que el efecto de las medidas para luchar contra la corrupción puede ser limitado. Una conclusión poco alentadora, por cierto. Al menos en el corto plazo.