La cultura como fracaso

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

03 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El más reciente de los libros de César Antonio Molina trata de las relaciones entre poder e inteligentsia, del papel de los intelectuales ante el poder y viceversa. Desciendo a la realidad más obscenamente inmediata para denunciar el desprecio profundo que ejerce el poder político frente a lo cultural. El responsable de los asuntos culturales del Estado, un político con suficiente prestigio como para ser respetado por las tribus de la cultura, José María Lasalle, que traía una demandada ley de mecenazgo bajo el brazo, no fue capaz, a los dos años de legislatura de que ese proyecto, urgido como inaplazable, llegase a buen término.

Lasalle es el responsable de protagonizar las agresiones del ministro Wert que consintió en la mesa del Consejo de Ministros el incremento del IVA que Montoro vislumbró como panacea, y que asestó un golpe mortal al mundo del cine, del teatro y del circo. De los museos y de los artistas plásticos, de los conciertos musicales, que estaban todavía au dessus de la melee frente al golpeado sector de la música enlatada y al alicaído mundo del libro.

El libro sigue su descenso imparable hacia el infierno de Dante, con caídas acumuladas -el año 2013 sufrió un notable descenso del 30 % de facturación sobre el año anterior que había perdido un 22 % de sus ventas-, pese a que una decena de libros escritos por personajes más o menos mediáticos, con temas más o menos banales, se convirtieron en best sellers.

Los datos son dramáticos. La cultura tradicional es la gran mentira contemporánea, una noria primitiva que gira sin parar para no llegar a lugar alguno. El 2 % del PIB que significaba el entramado de la industria cultural se ha ido al garete, y nuestra memoria como pueblo, nuestras referencias culturales comienzan a evidenciar su fragilidad. La cultura es un mal menor para el poder, un capricho tolerable, perversas manías de un grupo de profundos desafectos con la cosa pública que en nada o casi nada van a cambiar el rumbo de la historia.

Nos han llamado, a quienes seguimos obstinados en la apasionada defensa de las libertades entendida como cultura, titiriteros, abajo firmantes pesebristas e incluso estériles creadores. Nos han expulsado de paraísos en los que nunca habitamos, fuimos y somos sospechosos por realizar películas, por escribir libros, por pintar cuadros, por interpretar música, por interpretar la historia.

La derecha no nos quiere y la izquierda, sin acabar de querernos, nos transige porque estuvimos, ya no afortunadamente, algún día en su código genético.

Cabemos todos en el discurso nuevo de la vieja política, en las vísperas de los procesos electorales que ya se otean en un horizonte en el que el nuevo libro de César Antonio tiene más vigencia que nunca.