La infame deslealtad del nacionalismo catalán

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

16 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Contra lo que hoy afirman, mintiendo a sabiendas, CiU o ERC, la España democrática actual jamás ha insultado, ni menospreciado, a Cataluña: lejos de ello, en todo el resto del país ha habido no solo un claro reconocimiento hacia lo que aquella ha significado en nuestra historia, cultura y economía, sino, aun más allá, una abierta admiración hacia los logros de los catalanes, de quienes se alababa su espíritu industrioso, su seny y su voluntad de integrar a los que iban a ganarse allí la vida.

Todos habíamos aceptado, sin reparos, la boutade de que «el Barça es més que un club», y presumido de la capital catalana como de la gran ciudad a mostrar fuera de España. Todos vivimos las Olimpiadas de Barcelona como propias y asumimos que nuestra literatura, música o pintura serían incomprensibles sin Salvador Espriu o Josep Pla, sin Pau Casals, sin Salvador Dalí o Joan Miró, catalanes y, por ello mismo, españoles universales. Tan catalanes y tan españoles como el cava, los vinos del Penedés o la deliciosa butifarra.

Pues bien, a toda esa admiración ha respondido el nacionalismo catalán, desde hace más tiempo del que a muchos les parece, dándonos patadas en la boca. Calificando a Madrid, la ciudad más abierta de España, donde nadie es forastero por serlo la inmensa mayoría, como un poblachón paleto y provinciano, capital, a su vez, de un país tosco y atrasado; tratando de extirpar por el método quirúrgico de la inmersión lingüística la presencia del castellano en Cataluña; mirándonos por encima del hombro, como a habitantes de territorios que habían obtenido una autonomía que no merecían (esa majadería xenófoba del café para todos); y acusándonos, ya en el colmo del sectarismo territorial enloquecido, de expoliar a Cataluña con el objetivo de vivir a costa suya.

De hecho, ha sido el nacionalismo catalán -y no un supuesto nacionalismo español, por fortuna, inexistente- el que ha enrarecido el ambiente entre Cataluña y el resto del país, que ha demostrado hacia ella una generosidad infinita en comparación con la expresada hacia España por el nacionalismo catalán.

Carles Viver, el actual presidente del Consejo Asesor para la Transición Nacional, institución encargada de preparar la secesión de Cataluña, fue entre 1992 y el 2001 magistrado del Tribunal Constitucional, órgano del que llegó a ocupar la vicepresidencia. En el 2004 recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica, y en el 2005, la Orden del Mérito Constitucional. Su trayectoria -de defensor condecorado de España y su Constitución a dinamitero del orden jurídico que un día se comprometió a garantizar- es una inmejorable metáfora de la increíble falta de lealtad con que los nacionalistas han respondido a la generosidad que el Estado democrático español ha venido demostrando por Cataluña y por los catalanes.