Grandes palabras, pocas soluciones

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

09 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Ha sido un debate importante, como se esperaba. Y estoy dispuesto a añadir otro calificativo: ha sido clarificador. Clarificador en el sentido de que cada orador se reafirmó en sus posiciones. Es decir, que no hubo cambio en el planteamiento del conflicto. Esa es la conclusión final, a pesar de lo mucho que se habló de diálogo y de reforma de la Constitución. El diálogo está limitado a la legislación, que para los nacionalistas es música celestial, y la reforma constitucional es ofrecida por Rajoy con una condición: que la iniciativa sea de los independentistas, que él no la promoverá. Por lo tanto, que nadie confíe en esa medicina. ¿O alguien piensa que la mayoría parlamentaria aceptaría lo que pueda proponer el nacionalismo?

La mayor grandeza del encuentro la puso Rajoy, que hizo un discurso bien argumentado, con fuerza dialéctica y tanto derroche como solidez jurídica. Ha sido el discurso de la ortodoxia del Estado, que se permitió incluso alguna chulería como aquella de creo en Cataluña más que ustedes. Desmontó frase a frase la argumentación de la consulta. No habló para los tres enviados de Artur Mas, sino para el conjunto de los ciudadanos. Y suscita tantas adhesiones en su parroquia, que sus diputados le aplaudieron incluso antes de hablar. Debe ser que lo percibieron como una aparición, porque hasta ese instante no se sabía en qué momento iba a intervenir...

Anécdotas al margen, Rajoy hizo una espléndida intervención para España. Seguro que ganó simpatía y vio mejorada su talla política. ¿Habrá tenido la misma eficacia en Cataluña? Lo dudo. Lo que dijeron los enviados de Artur Mas ha sido que el movimiento secesionista es popular porque el autogobierno, las instituciones y la lengua avanzan hacia lo residual (Jordi Turull); que hay que hacer un referendo de independencia porque el encaje no es posible (Marta Rovira); que la solución es recoger la voz de la calle (Joan Herrera), o que Rajoy quizá cerró las puertas del diálogo (Duran i Lleida). ¿Encuentra el lector en esto algún acercamiento de posturas? Yo, desde luego, no lo he visto. Todo ha sido cuidado y respetuoso en las formas, pero poco útil a efectos de solución.

Con lo cual, siguen quedando vírgenes los planteamientos de Pérez Rubalcaba: «¿Hay un problema de relación entre Cataluña y España? Si lo hay, ¿cómo se resuelve?». Ayer se escucharon palabras brillantes. Pero, vista la posición del Gobierno, Madrid solo brinda una salida, por supuesto sin citarla: que Artur Mas y compañía den un paso atrás. Y seguramente no hay otra, ni política, ni legal. Pero el independentismo, decíamos ayer, ya no atiende a razones. Se cree un tren con energía de pueblo que no sabe, ni puede, ni quiere frenar.