La fascinante historia de un hombre de orden

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

04 abr 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La historia no escrita de Mariano Rajoy y su desconocido (¿desconocida?) candidato-candidata al Parlamento Europeo es fascinante. Muestra el carácter del presidente en toda su desnudez. Convierte en mítica su capacidad para despistar al personal. Hace de sus secretos, al mismo tiempo, un laberinto y un castillo inexpugnable. Intranquiliza a su equipo, que no consigue entender sus ritmos, pero pone nervioso al adversario político, que se convierte en boxeador que da manotazos al aire. Y sospecho que él, el único que tiene el nombre y la clave, disfruta como un niño viendo cómo los demás nos perdemos en su laberinto. Es un magnífico juego de poder que culminó ayer con un cínico titular: «No estoy encima del tema».

El caso es que lo creo. Es posible que no esté encima del tema. Hace tiempo le pregunté por el misterio a uno de los máximos dirigentes del PP y me explicó que Rajoy es un hombre muy metódico; cuadriculado, diría yo: no se mete en un asunto hasta que no tiene resuelto el anterior. Va tachando temas de su agenda a medida que les toca por turno. No le gusta mezclar para no despistarse? Cuando tenía esta conversación con el dirigente popular, estábamos en vísperas del debate del estado de la nación, y Rajoy no quería que le hablasen de nada que no fuese ese debate. Hoy, después de volver de Bruselas, supongo que decidirá si pone por delante al candidato, que mucho me temo que sea candidata, o la filosofía para el debate catalán del próximo martes. Es lo que se dice un hombre de orden. Si me apuran, casi de orden alfabético.

Mientras tanto, su actuación no es tan torpe como suponen los socialistas. El día que decida llevar el nombre al comité electoral tiene garantizados más titulares que nadie, con lo cual gana más protagonismo en una hora que Elena Valenciano en toda la precampaña. Consolida su imagen de hombre tranquilo y pausado que nunca se acelera ni cede a presiones de ambiente y va a su ritmo, como hizo con la prima de riesgo, mientras el resto del país se pone de los nervios. Y transmite la idea de que en unas elecciones tipo europeas importa mucho más la marca PP que la foto de los carteles. Total, si funciona el voto de castigo o el voto folclórico como se teme, le van a dar tortas igual en el carné de identidad.

Y después de todas estas consideraciones, la única verdad para el análisis político: en el Partido Popular (y creo que en casi todos los partidos, con diferente intensidad) solo manda el líder. El líder marca los tiempos, impone los ritmos, elige los nombres, establece las prioridades y decide las exclusiones. El resto del partido es, como máximo, el coro o la orquesta que acompaña al solista. Y ese solista es también el director.