¡Antes chinos que españoles!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés (CATEDRÁTICO DE DERECHO CONSTITUCIONAL DE LA UNIVERSIDADE DE SANTIAGO)

OPINIÓN

31 mar 2014 . Actualizado a las 12:18 h.

Para hacernos una idea del delirio que se ha instalado en Cataluña tras meses de bombardeo propagandístico contra España bastaría recordar que en un programa (Singulars) de la televisión catalana emitido cuando todo aquello comenzaba, un tal Jordi Molins, físico e inversor institucional, al parecer, defendió, sin sonrojarse, que en el caso de que la UE expulsara a una Cataluña independiente, el nuevo Estado podría pedir amparo a China, ofreciendo a su flota nuclear los puertos de Barcelona o Tarragona. Tal es el efecto inevitable del circo en que Mas ha convertido a Cataluña: la conversión de los payasos en gurús.

Mas y su troupe nacionalista, con la impagable ayuda de un oportunista PSC, levantaron la bandera de la secesión y tras embrujar a muchos catalanes con la obsesión identitaria y la xenofobia antiespañola, lograron convencerlos de que la independencia no es un dislate irresponsable que responde a sus intereses egoístas, sino la reacción frente al supuesto expolio al que España somete a Cataluña.

Desde luego que ni hay agresiones ni hay expolio, sino todo lo contrario: la cesión permanente de los Gobiernos españoles frente a la Generalitat, que ha conseguido a base de órdagos y chulerías que los catalanes decidan mucho en el conjunto de España mientras que el resto de los españoles no podemos decidir casi nada en Cataluña.

El actual desafío del nacionalismo catalán, culminado en la abierta amenaza de Mas de convocar un referendo ilegal (siguiendo el camino que tomó, con consecuencias funestas, Companys en 1934), no es el resultado de ningún expolio ni agresión, meras invenciones destinadas a justificar una cascada de desastres que han conducido a Cataluña al callejón sin salida en que ahora está. Mas sabe que ya solo le queda esa loca salida tras la reciente sentencia del Tribunal Constitucional, que, por unanimidad, ha declarado radicalmente contrarias a nuestra ley fundamental las pretensiones de los nacionalistas; y a la vista de lo que sucederá el próximo 8 de abril en el Congreso, cuando la inmensa mayoría de la Cámara rechace la petición de que se transfiera a Cataluña la competencia para convocar un referendo.

Lejos de ello, fue la ciega y necia ambición de Maragall, de Zapatero y de Montilla, y finalmente de Artur Mas la que los puso a todos, sucesivamente, en manos de ERC, que terminó por llevarse el gato al agua, con el resultado que hoy está bien a la vista: un desafío soberanista que ha convertido al PSC en un partido irrelevante, ha puesto a CiU al borde de su ruptura ya antes de que sea, como prevén todas las encuestas, barrida por sus socios de aventura y ha elevado a ERC a los altares del independentismo a costa de romper en dos a Cataluña y enfrentarla con España. Un negocio redondo para quienes no sienten por ella más que la inquina típica de un fanatismo acomplejado.