Qué se nos ha perdido en Crimea

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

18 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El referendo de Crimea ha sido el disfraz civil de una ocupación militar que Rusia había comenzado con tropas sin identificar en sus uniformes, como si fueran sicarios. De acuerdo con la legislación internacional, solo tiene la agarradera legal del derecho de autodeterminación de los pueblos, que aquí no debemos invocar mucho porque alguien lo puede aplicar a Cataluña. Sus resultados fueron tan elocuentes, que me resulta difícil condenarlos: no encuentro argumentos para decir que, si el 96,7 % de los ciudadanos desean incorporarse a Rusia, la consulta debe ser anulada. ¿No habíamos quedado en que la voluntad popular es sagrada?

Así las cosas, Putin consigue una ampliación de la Federación Rusa, ocupa un territorio sin disparar un tiro y la llamada y etérea comunidad internacional no da una respuesta militar por dos razones: porque una guerra por Crimea no compensa a Estados Unidos y porque la otra parte del conflicto, la Unión Europea, tiene un serio problema de conciencia. Asumió y quizá promovió las revueltas populares para tumbar el Gobierno de Kiev y ahora no tiene legitimidad para condenar un movimiento mucho más pacífico. Putin ha sido más listo, midió sus riesgos y ganó por la mano. Su único problema una vez consumada la anexión es evitar que el Ejército de Ucrania intente invadir Crimea. Depende de su fervor patriótico y de los empujes exteriores para doblegar las ansias de gloria del señor Putin.

Respecto a España, no tenemos mucho que decir en ese lío, salvo lo que está dicho: que no ha sido un referendo de autodeterminación, sino de ampliación de Rusia; que no somos parte interesada en el conflicto, ni siquiera como compradores de gas; y que no se pueden hacer comparaciones con Cataluña, pero no tengan ustedes ninguna duda: se harán. Se harán, porque la palabra referendo vale para cualquier discusión de soberanía; porque, si se habla de ilegalidad, ambas consultas son igual de ilegales e inconstitucionales, y porque hay políticos y analistas dispuestos a calentar el ambiente buscando similitudes, coincidencias y hasta identidades que permitan establecer un parangón.

El soberanismo catalán no tiene una Rusia en la que refugiarse. Pero tiene, en cambio, un modelo que seguir: el previo al desenlace de Crimea, que ha sido la sublevación popular de la plaza Maidán de Kiev. Ese es el sueño de quienes el año pasado montaron la cadena humana; meter el próximo 11 de septiembre a miles de personas en la plaza de Cataluña, dispuestas a permanecer allí el tiempo que se les pida y a reclamar la atención internacional. Por lo que llevamos visto, esa es la forma de ganar los grandes conflictos. Y me temo que con algo parecido tenemos que contar.